Una peluquería en la que también cortan el pelo

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Una peluquería donde se come, se bebe y se atiende hasta la madrugada reúne a personajes entrañables y futbolistas famosos y no tanto, que acuden más por placer que por coquetería.




 





Encorvados: así se levantan los clientes de los sillones para evitar rozar con la cabeza las más de trescientas camisetas de fútbol que cuelgan del techo. Ya no hay más lugar en las paredes: banderas, banderines, estampitas de santos, un televisor, gorras, bufandas y escudos de clubes, afiches y figuritas de jugadores. Fotos de bebes, de asados, de la formación de Chacarita cuando volvió a Primera; dibujos infantiles, medallas, rosarios, una carta manuscrita, la calcomanía de la Federación Colombiana de Fútbol, tres guantes de arquero. Debajo de todo eso hay un espejo; sólo queda libre un cuadrado de treinta por treinta, donde apenas cabe un rostro. Allí, con movimientos de boxeador lento, un hombre intenta adivinar qué tal le quedó el corte de pelo.

-¡¿Me lavo?! -grita un muchacho parado al lado de la pileta, con una toalla sobre los hombros.

Nadie contesta. Todos están hablando, mirando el televisor: acaban de hacerle un gol a River en la Copa Libertadores. Son las 22 de un miércoles de otoño y en la peluquería de Julio Pan aún hay siete clientes.

Desde hace veinticinco años Julio hace todo al revés. En Villa Crespo, sobre la calle Julián Álvarez y a una cuadra de la avenida Corrientes, en su pequeño negocio -el salón no tiene más de cinco metros por seis- Pan da turnos mentirosos: la espera puede superar las tres horas. Abre a las 17, cuando los demás negocios están próximos a cerrar, les grita a los clientes y, cuando no recuerda el corte que le pidieron, corta como él quiere.

Y todos vuelven: la peluquería de Julio es un club barrial, cortarse el pelo es sólo una anécdota. Fanático del fútbol, le habría encantado ser jugador profesional. Podría haberlo sido: en su adolescencia llegó a jugar de diez en la reserva de Defensores de Belgrano y, más grande, en Fénix. Entonces tenía tres sueños: jugar en la cancha de Boca, en la de River y en la de Vélez ("de noche, era la única que tenía luces blancas; en las demás eran amarillas"). Pero no llegó a primera. Por vago, dice. A los 21 años -ahora tiene 54- hizo un curso de peluquería, empujado por su ex mujer, peluquera ella; se hizo nombre por cortarle a Walter Samuel, a Leandro Gracián y por haber sido cábala del plantel de Estudiantes de La Plata que dirigía Carlos Bilardo en 2004.


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La espera: los clientes pueden esperar más de tres horas por su turno. Mientras, hay partido de fútbol para ver por TV, pizza y Coca-Cola.

-Hasta que perdieron con River, el día del Gatorade. No me llamaron nunca más -explica con su voz gastada, ríe y apaga la maquinita de cortar-. Cada vez que iba les hacía algo: patillas, pelusa, algo.

Patillas, pelusa, algo. Eso quiere Nicolás Barabasqui, que espera que siga con su corte. Hace veinte minutos que empezó y pasarán veinte más para que termine. Desde el sillón de los que esperan Fabio Ruberman, cliente de hace más de veinte años, le explica: "Te puede hacer un buen corte en 15 minutos, pero lo hace en 45 porque se la pasa hablando". Otro, Carlos Díaz, le dice que ni use el espejo que le ofrece para mirarse la nuca, porque "son todas iguales: es una foto". El craaa -por crack, así le dicen a Julio, así lo escribe- los insulta y ríe.

Son las 11 de la noche y acaba de llegar la pizza. Sólo hay tres vasos: los compartiremos entre ocho. Hasta arriba, llenos de Cola-Cola, van pasando de mano en mano mientras River sigue jugando. De pelo bastante corto, tanto que cuesta imaginar qué quiere cambiar, Lucas ya tiene puesta la capa con fotos de Diego Maradona. Julio lo sentó en el sillón hace 15 minutos. Ambos, con una porción de mozzarella en mano, charlan sobre el corte. Julio quiere hacerle una raya. Lucas acepta. Julio va por más: de acá te vas con patillas finitas. Las hace desde el 94, cuando se las vio a Gianluca Pagliuca, el arquero de la selección italiana.

Si Lucas se negó, nadie lo escuchó: la versión en armónica del Himno Nacional suena altísima. Es el celular de Julio, que tipea. Agarra la tijera. La deja. Tipea. Enciende la máquina. Insulta al teléfono. Ataca una patilla.

Tiene ese andar, de pasos firmes, pero con cansancio de anciano. De bermudas de jeans y campera rompevientos azul, arrastra las chinelas Nike: llegó Christian Chimino, el 4 de Temperley. Es su visita semanal, para repasar el corte en el que el periodista Elio Rossi ya reparó en el programa televisivo Fútbol permitido. En la peluquería recuerdan que dijo algo así como el pibe mohicano. A Chimino no le queda pelo en los laterales y, sin embargo, Julio enciende la máquina.


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-Es por cábala.

-No ganamos nunca, pero bueno -responde Chimino, y aplasta con el talón un mechón de pelo contra el piso.

La mujer del futbolista se sienta y espera por el corte simulado. Quizá fue en ese mismo sillón, debajo de las camisetas que, meses antes, decidió llevarse cerca de cuarenta casacas para lavarlas. Julio temía por las dedicatorias, que el marcador no resistiera. La de Huracán, autografiada por todos los jugadores, volvió sin firmas.

Las que no se borraron son las que están afuera. Con marcador negro y caligrafía diversa, sobre los ladrillos de la fachada, de color blanco viejo, hay leyendas que dicen cosas como Volvé pronto que no tengo con quién hablar de Banfield y ¡Fuerza Julio! La verdad siempre sale a la luz. Dios existe! Fabi y la tana (Paola). En mayo de 2008 la policía de la provincia de Buenos Aires secuestró una camioneta que llevaba 250 kilogramos de cocaína camuflados en pulpa de membrillo. Pan fue acusado de liderar una banda narco: los papeles de la Toyota estaban a su nombre. Después de 29 días preso, logró el sobreseimiento al probar que, varios años atrás, le había hecho un favor a un amigo, le había prestado su nombre. Por aquel entonces, ese muchacho se estaba divorciando y quería comprarse una camioneta y evitar perderla en la división de bienes.

Todavía hay luz de día. Miriam Greder es una de las primeras en llegar. Desde los años 90 se corta el pelo acá, desde la época en que los celulares eran carísimos, cuando se compraban paquetes de líneas y se dividían entre amigos, con el peluquero del barrio.

Mientras Miriam se seca el pelo -Julio, de bermudas de algodón gris, remera roja y zuecos de goma está riendo a carcajadas con dos muchachos- Cristian Lillo, el 5 de Morón, nos saluda a todos con un beso y pide un cuchillo.

-Si lo corto chiquito, hay para todos -dice casi en un rezo, muy bajito, y abre la torta brownie que cocinó su mamá.

A unos pasos, Haydée, la esposa de Julio, y Valeria, su hermana, tiñen a una señora. Hasta ella llega Lillo -así lo llama Julio- ofreciendo brownies. Cuando ya no quedan sillones libres y Lillo espera su turno incierto sentado en la pequeña escalera que conduce a la pileta, un hombre se asoma desde la calle y consulta por la espera. Aunque la respuesta es mucho, entra. Es Oscar Cetrángolo, el Goyco, apodo que se ganó después de haber jugado al arco en Macabi. "Se casó con una judía. Le decían che, Goi; los cagaron a tarjetas amarillas por discriminar", explica Julio.

Después de más de una hora de mates, Goyco decide irse. En ese mismo instante le suena el celular: es la rusa, su mujer. Él dirá que es la policía.

Cincuenta minutos después un perro entra solo a la peluquería y anuncia el regreso de su dueño: Goyco vuelve a intentar un corte.

"El defensor se corta cortito, por agresivo. El delantero lleva el pelito largo; eso es de la época de Batistuta."

Es sábado y Temperley juega de visitante contra Defensa y Justicia. El partido no es bueno. A los 23 minutos del segundo tiempo, el mediocampista de Temperley, Leonardo Di Lorenzo, mete un centro llovido al área de Defensa. No es nada exacto, pero su compañero Fernando Brandán se esfuerza, lo va a buscar y toca corto. A toda velocidad aparece el cuatro y le pega de derecha, al arco. Gol de Chimino. Gol del mohicano.

Buenos Aires, un día cualquiera: la vereda de la peluquería se quedó sin luz. Con la venia de los clientes, Julio sacó el sillón a la puerta y siguió trabajando, alumbrado por los focos de un auto y varios teléfonos celulares. Nadie reclamó errores. Es más: Marianita le dijo que fue el mejor corte que le hicieron. Él cree que se esmeró porque no veía casi nada. Enseguida dirá otra cosa: que la gente le aguanta todo.

A lo de Julio, la gente va a perder el tiempo como quiere. A mayor espera, máxima satisfacción: estos clientes aman la dilación. Aquí, el medio es el fin: la espera es lo que desean. Hablarán mal de Messi. Bien de Messi. Mal de Messi. De minas, de videos pornográficos, del tatuaje de Perdón. Mascherano que se hizo Julio durante el Mundial pasado, después de la semifinal con Holanda. De cómo dejar el cigarrillo, de arbitrajes escandalosos. Del pelo de Gago.

-No les importa cómo cortás el pelo.

-No -sonríe Julio y pita su cigarrillo electrónico-. De pedo vienen a cortarse el pelo: vienen a comer, a ver el partido, a pelearme. Yo los quiero, los necesito.

Se lo tatuó después de la semifinal ante Holanda, en el mundial de Brasil 2014, cuando Mascherano salvó al equipo. ¿Antes? No lo quería.


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Lo tiene podrido, pero es amigo. Así explica Salvador, el verdulero de enfrente, lo que le pasa con Julio. Hoy cerró la verdulería más temprano porque también quiere estar, como en Nochebuena y Año Nuevo, cuando le guarda en la heladera de su local los 600 chorizos que Julio cocina en la puerta de la peluquería para todo el barrio. El patrullero de la Policía Metropolitana que cortó Julián Álvarez y Corrientes hace una hora provoca que, de a poco, la cuadra se transforme en peatonal. Son las 20.30, es martes y más de cien personas aguardan por Julio, cantando, arengados por un animador al micrófono. Una señora ríe abrazada a su colchoneta de pilates, sin saber que el de al lado, que también espera, es Héctor Baldassi, uno de los árbitros -ex él- que los jueves cena, juega a las cartas y se deja cortar el pelo por Julio en el predio que tiene la Asociación Argentina de Árbitros en el Bajo Flores. En una hora, escoltado por bombos y platillos de Atlanta, llegará y descubrirá, llorando, bajo un paño rojo, la nueva fachada de su peluquería: por los 25 años en el barrio -el próximo será el panadero de Las Delicias-, el Centro de Gestión y Participación (CGP) de Villa Crespo lo declaró vecino ilustre. En el mural descubierto Julio sueña estático: le corta el pelo a Maradona. En el piso, una estrella negra sobre fondo blanco dice Julio Pan, el craa.

Una neblina de otoño ahoga aún más la madrugada. La puerta de vidrio repartido, cubierta por fotos de jugadores y algunos árbitros -hay una de Diego Ceballos dedicada y una tarjeta con los logos de AFA y FIFA firmada por Javier Castrilli- está abierta; desde la calle, unos cuantos metros antes ya se escuchan las risas. En el sillón hay un bolso con el logo de la Comisión Nacional de Energía Atómica; es de Carlos, el último cliente de la noche, al que Julio le acaba de cortar unos pelos de su ceja derecha. "Sobran", dice.

Antes de que Carlos termine de pagar, el Zurdo, Omar y Matías ya pusieron la mesita en el centro del salón. Julio gira la silla de peluquero.

-Está para unas papas fritas. Truco.

El Zurdo no quiere. El partido es al mejor de tres: quien gane se llevará el pozo de 50 pesos por cabeza. Refugiado en uno de los sillones, Tincho, treinta y pico, risa contagiosa y dientes de niño, se ofrece a ir a buscar comida al restaurante Angelito. Tardará sólo unos minutos en regresar con dos bandejas de papas fritas y una porción de fugazzeta. Durante su ausencia, el Zurdo se queja varias veces de las cartas; jura que está remando con un escarbadiente y que no tiene ni para mentir.

Afuera, en la calle, el viento trae la hora: un panadero ya está horneando. Adentro, el Zurdo cambió la racha: canta truco, y se seca el aceite de las papas con una toalla. Pasadas las 2 de la madrugada, Julio y Matías van arriba por 8 a 5.

 

Fuente: La Nación.-
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