Cresta Roja: de la tensión al desalojo y el diálogo

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Los trabajadores que cortaban Avenida Richieri se enfrentaron ayer con Gendarmería. Hay un detenido y varios heridos. El Gobierno se reunió con delegados y les prometió ayuda.




 



Las lágrimas de impotencia llenaron los ojos de Cristian Seemayer, que miraba su celular sentado en el guard-rail que separaba el cordón de los efectivos de Gendarmería del acampe de los trabajadores de Cresta Roja. Seemayer no parecía ser de esos que tienen el llanto fácil. De contextura física amplia, brazos y piernas tatuadas y voz ronca, el operario, que reclama sueldos adeudados y teme por su trabajo, pareció rendirse ante la resignación después del segundo enfrentamiento del día con las fuerzas de seguridad. "Se acercan las Fiestas y no tenemos plata, no tenemos laburo y nos reprimen. Duele", contó a LA NACION.

La angustia de Seemayer se replicó en la mayoría de los trabajadores de la empresa avícola que ayer protagonizaron el momento de mayor tensión de una medida de fuerza que cumplió su primera semana de cortes y protestas en el acceso al aeropuerto de Ezeiza. Unos 300 manifestantes fueron parte de dos enfrentamientos intensos con la Gendarmería, que con camiones hidrantes, balas de goma, porras y palos de madera logró dispersar a los trabajadores y liberar los carriles de la autopista Riccheri. Los choques dejaron un detenido y al menos 13 heridos leves.

Poco antes del mediodía, a los efectivos que hacían guardia en el acampe desde anteanoche se sumó otro contingente de gendarmes que, minutos después y bajo un aguacero que comenzaba a aminorar, avanzaron con sus escudos sobre los trabajadores. Ante la resistencia, se utilizó un camión hidrante que destruyó gran parte de las carpas que estaban armadas desde el miércoles de la semana pasada sobre el pasto, a la vera de la autopista. "No dejaron nada, tiraban a las carpas a propósito. Adentro había comida y chicos y no les importó", relató una manifestante que prefirió mantener su nombre en reserva.

Luego de que las autoridades lograron remover a los empleados de los carriles ocupados y disminuyó la agresión, la calma llegó sólo por unas horas. Antes de las 15 se acercaron al acampe militantes de izquierda -entre los que estaban Vilma Ripoll, Claudio Dellacarbonara y Christian Castillo- que llegaron para apoyar el reclamo. Según denunciaron más tarde los trabajadores de Cresta Roja, algunos de los visitantes comenzaron a agredir con piedras a los gendarmes. Luego de que la Policía de Seguridad Aeroportuaria (PSA) se llevó detenido a uno de ellos, la situación se desmadró y el retumbar del único bombo en la manifestación fue reemplazado por los disparos de balas de goma.
Otra visita fue la del secretario general de la CTA Autónoma, Pablo Micheli, cuya llegada generó sorpresa y fue bien recibida.

Comenzaba a caer el sol y la calma había vuelto al acampe. El agua de los camiones hidrantes había formado sobre el barro un arroyo improvisado que se extendía por todo el asentamiento y que volvía imposible sentarse en el suelo sin que la ropa quedara completamente sucia.

Un chico de no más de cinco años sostenía sobre una fogata improvisada con maderas y carbón un fierro oxidado con un tomate clavado en la punta. A unos metros, Darío, otro empleado, seguía con la mirada a una mujer con uniforme de médica y un bolso naranja que fue al lugar para atender a quien lo necesitara. Darío estuvo en el acampe desde el primer día. Al vivir cerca, aprovechaba las noches para ir a dormir, ducharse y estar con su familia, a la que no pudo darle noticias alentadoras en ninguno de los días que llevaba la protesta. "Sólo queremos una respuesta para pasar Navidad con algo de plata. No sabemos si estamos despedidos o si trabajamos. Sólo sabemos que no cobramos. Si se presenta la quiebra de la empresa, que se presente, pero que nos manden el telegrama de despido para, por lo menos, salir a buscar trabajo", dijo.

La llegada de la noche estaba dominada por el silencio, apenas interrumpido por el zumbido de los mosquitos, sorbos de mate y los pequeños golpes que los gendarmes hacían con las porras contra las protecciones en sus rodillas. Las miradas se giraron en un mismo sentido cuando una ola de aplausos veneró la llegada de algunos manifestantes con cajas llenas de pan dulce, bebidas, yerba y latas de comida para reemplazar el alimento arruinado. Señal de que, hasta anoche, no pensaban irse.

 

Fuente: La Nación.-
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