Después del Zonda llega el viento sur y el frío.
Abuelito recorre barrios humildes en bici y regala facturas a nenes carenciados
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Raúl Cáceras tiene un sano hábito: regalar facturas a los pibes. Ocurre en el barrio Ceferino Namuncurá.
En el barrio Ceferino Namuncurá, de la localidad bonaerense de Moreno, Raúl Cáceras aprendió desde muy joven a pedalear para sortear los obstáculos de la vida. Arriba de su bicicleta, comenzó a recorrer las calles de su zona para vender artículos de panadería y así poder mantener a sus cinco hijos, luego de enviudar.
Pudo salir adelante, y en agradecimiento, como asimismo impulsado por la experiencia propia, prepara diariamente docenas de facturas para regalarles a niños de bajos recursos. Una vocación admirable que él mismo define como “algo hermoso”.
“No queda otra, no puedo dejar a los pibes sin facturas“, reconoció Raúl, de 63 años, minutos antes de subir a su bicicleta y emprender el habitual trayecto de cincuenta cuadras, en el barrio Ceferino Namuncurá, a pesar de la lluvia. “Me llena el alma, es algo hermoso darles algo y ver la sonrisa de esos chicos“, señaló el propio Cáceres.
El hombre hace referencia a su actividad diaria, la que radica en vender panes y facturas para ganarse el mango, pero también en obsequiarles sus productos a los pibes que lo desean y no tienen cómo pagarlo. Al respecto, el panadero dejó en claro que “hay muchos chicos con necesidades, cuyos padres no pueden comprarles un pedazo de pan o una factura todos los días, pero ellos quieren igual, y yo no puedo dejarlos sin nada”.
Por lo tanto, fabrica diariamente cuatro o cinco docenas que posteriormente dona a los más pequeños. “La mejor forma de agradecerle a la vida es siendo solidario“, agrega. Un afán solidario potenciado por la experiencia propia, puesto que él mismo remarcó que “a los ocho años comí por primera vez una factura” y por lo tanto, “cuando aprendí el oficio a los 15 años, me prometí que en algún momento les daría mis facturas a los chicos”.
Sin embargo, en primera instancia recurrió a sus conocimientos como panadero por necesidad, luego de perder su trabajo. “Trabajaba en una fábrica a la mañana, pero no me alcanzaba el sueldo, y empecé a vender churros”, que le valió el apodo de “Chuchu”. Los inicios fueron por demás difíciles, a cargo de sus cinco hijos, tras la muerte de su esposa, Raúl recordó que “hacía varias cuadras con la bici y volvía a mi casa para ver cómo estaban mis hijos, y salía de nuevo. Después comencé a llevar a mi nena más chica en el canasto de la bicicleta, y los panes atrás”.
En base a tan destacable esfuerzo, “Chuchu” pudo salir adelante, y fue entonces que como retribución a ello, decidió darle un regalo a su alma. En este sentido, el comerciante enfatizó que “es muy hermoso ver salir de sus casas a los chicos apenas escuchan mi silbato para recibir su factura. Me dan ganas de llorar en ese momento porque, para mí es un cable a tierra. Por eso, venda lo que venda, esas cuatro o cinco docenas no se tocan, porque son para ellos”.
Una misión que no lo detiene a Raúl, ni la lluvia, ni siquiera las prescripciones médicas, que le recomiendan menos horas de trabajo. Pero él sale, abajo del agua o del sol, para pedalear cincuenta cuadras desde hace 35 años.
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