El drama de las inundaciones: víboras entran a las casas

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Oscar Villalba es uno de los diez mil afectados por las inundaciones que azotan a la provincia de Buenos Aires. Permanece con su familia en su casa, pese a los peligros de convivir en el agua y entre alimañas.




 





 

Hay marcas y heridas que quedan. En Marchetti, una de las zonas periféricas y más afectadas por la inundación de Mercedes, el agua barrió con todo. Las calles aún permanecen totalmente inundadas y el panorama es desolador. Adentro de las casas no queda nada, sólo basura y muebles arruinados. Al caminar por el barrio, es imposible no sentir tristeza. Los perros están todavía arriba de los techos -incluso hay algunos muertos en el agua-, es difícil caminar por algunos sectores sin la ayuda de un palo de madera o kayaks, y hasta la capilla Santa Teresita está anegada.
Aunque el agua bajó hoy significativamente, todavía la situación está lejos de normalizarse.

Hay imágenes que duelen y parecen sacadas de una película: cerca de una de las viviendas, hay una víbora muerta, sin la cabeza. Está enrollada en un palo, como si estuviese exhibida para demostrar la indignación y la lucha. "Estaba al lado de los ladrillos de la casa. Tenía toda la pinta de ser venenosa y la maté con un machete", dice Oscar Villalba, uno de los afectados, como si ya nada lo sorprendiese.

"Estoy haciendo guardia en la casa de mi cuñada para que nadie se robe nada. El agua acá nos llegó a todos al metro cuarenta", dice. "Me lo trato de tomar con calma, lo material va y viene. Lo peor no es eso, sino que te queda un trauma en la cabeza que no te lo sacás más", dice con la evidencia de su rostro cansado.

Oscar está casado hace 30 años y vive en la calle 26 y 63. Su vida puede contarse también a través de las inundaciones. Contrajo matrimonio en marzo de 1985, en octubre tuvieron su primera hija y en noviembre, su primera inundación. Llovió mucho y el agua entró hasta su casa más de un metro y medio. Su testimonio es tan sólo uno más de los miles de bonaerenses que sufren su situación repetidamente desde hace más de una década. Es una historia que parece no tener fin.
"No quiero vivir más acá así. Cuando pueda me voy del barrio. Vivir así no es vida", dice.

En su casa el armario nuevo, que estaba pagando en cuotas, está arruinado. El agua todavía sigue unos 40 centímetros adentro del living y la cocina, o lo que queda de ellas. Como tantos otros, Oscar aún no se había repuesto de la inundación de octubre. Trabaja como camionero en la empresa Milkaut y desde hace una semana que no puede ir. "Tengo días de las vacaciones, y esta semana que falté al laburo voy a usarlos", señala.

.A pesar de todo lo malo, cuando ve a su mujer, Claudia Alejandra Amarillo, junto a su hijo de once años cargado en su espalda para que no se moje, sus ojos se iluminan. "Son hermosos y mi nene es un santo. Y no lo digo porque sea mi hijo, ¿eh?", dice. Ellos son su sostén y, aunque el agua sea un rival desigual, no tiene intención de rendirse.

 

Fuente: La Nación.-
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