Jesús, el ex boxeador de 65 años que se dedica a rescatar niños que viven en la calle

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Boxeador destacado entre los 70 y los 80, Jesús Romero vivió en la zona del Bajo Flores, a donde llegó desde Chaco con apenas 9 años. Su historia no fue fácil, pues tuvo que vivir en la calle y pasar hambre para alcanzar su sueño de conocer la arena del Luna Park y convertirse en una gloria del boxeo.

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Ya a sus 65 años, tiene un gimnasio cuyo propósito es sacar a los chicos de la calle a través del deporte. “Prefiero sacar a un chico de la calle y no a un campeón”, comenta como su frase célebre.

Jesús Romero nació el 4 de enero de 1954 en el departamento jujeño de Abra Pampa, cerca de la frontera con Bolivia. Llegó a Buenos Aires a fines de 1963, a sus 9 años. Sus padres lo habían dejado al cuidado de la abuela paterna, en Chaco. Ya apasionado por el boxeo y con el sueño de conocer el Luna Park y ser boxeador, dejó una carta a su familia en la que avisaba que se marchaba. Se subió a un tren, en busca de cumplir su sueño.

Vicente, el papá de Romero, era gendarme. Esther, su mamá, ama de una casa en la que había trece hijos, contando a Jesús. Cuando a su padre lo trasladaron a La Quiaca, a Jesús lo llevaron a vivir con la abuela paterna en Villa Ángela, Chaco. A los 8 años empezó a ir al gimnasio El litoral. Las historias de boxeo y boxeadores que escuchaba se le hicieron pasión. Ahí supo que quería ser boxeador. Entonces ocurrió aquello de venir a Buenos Aires. En su bolso, recuerda todavía, había “poca ropa y un par de guantes chiquitos”. “Aún los tengo esos guantes”, comenta.

Se subió a un tren, llegó a Retiro y de ahí se tomó un colectivo “hasta el final” del recorrido. “’¿Pero a dónde vas?’”, cuenta que le preguntó el colectivero del 139. “’Hasta donde me alcance la plata’, conteste mientras entregaba un puñado de billetes y a cambio el chofer me cortaba mi destino en forma de boleto”.  Se bajó en Flores.

En ese trayecto de Chaco a Buenos Aires apenas había comido un sándwich de milanesa. “Te imaginás cómo estaba”, dice. Al llegar al barrio, se ofreció a un comerciante ayudarlo con el traslado de garrafas. Cuando le quisieron pagar con plata, dijo que no, quería comida, y recuerda que se devoró en minutos unas medialunas acompañadas de un café con leche.

Cuando el pequeño Romera llegó finalmente a Bajo Flores, los policías lo vincularon con gente del Club Unidos de Pompeya. Arnaldo Romero era su profesor.“Uno de los mejores que tuve”, conmemora. Como también se acuerda del maestro de boxeadores Paco Bermúdez, quien en una visita al Chaco le dio el primer gran consejo de su vida: “El que quiere ser boxeador tiene que ir al Luna Park”. Por eso fue a Buenos Aires.

Pudo conocer el Luna Park. De aquellos años como boxeador guarda los mejores recuerdos. Desde el ‘72 empezó a prepararse para el profesionalismo, al que llegó avalado por títulos juveniles. En el ‘76 empezaron los triunfos importantes. Primero le quitó el título argentino liviano a Oscar Méndez y luego el sudamericano al paraguayo Sebastián Mosquera. El 15 de mayo de ese año debutó oficialmente en el Luna. Fue con un triunfo ante Hugo Amílcar Díaz. Durante su carrera, que terminó con una derrota ante Alberto Cortés el 6 de agosto del ‘88 en la Federación de Box, enfrentó a varios importantes, Lorenzo García, entre ellos. 63 triunfos - 16 por KO-, 10 derrotas y 11 empates. También se codeó con grandes entrenadores.

Por el boxeo recorrió varios países. Australia, Brasil, Bolivia, Sudáfrica, Uruguay, Francia, Italia.  “Conocí el mundo. No me fue mal en lo económico, pero tampoco es que gané como para despilfarrar. Pero lo más importante es que el boxeo también me dio una familia”.

Hoy, lejos de las luces que incluso lo llevaron a sentarse en la misma mesa del Príncipe Rainiero, este jujeño de Abra Pampa tiene un nuevo desafío, quizás mayor que su currículum deportivo: ayudar, en su modesto gimnasio de Bajo Flores, a que más de 360 chicos humildes, con duras historias de vida.  Su frase de cabecera es: “Prefiero sacar a un chico de la calle y no a un campeón”. Lo remarca porque él supo y sabe lo que es estar en la calle.

A los 65 años, Jesús ayuda a los chicos de una zona dominada por la villa 1.11.14. “Acá se les enseña a tirar golpes, a estar en óptimo estado físico, a planear una buena estrategia de pelea, pero fundamentalmente se les enseña que tienen que alimentarse bien, que tienen que estudiar, que tienen que ser responsables, que tienen que ser buenas personas, sobre todo”, asegura.

A Jesús no lo atrapan tanto los recuerdos. Ni que fue medalla de bronce en los Panamericanos de Montevideo ni tampoco su título de Campeón Argentino liviano y sudamericano liviano. Tampoco se detiene en el día en que apareció en el tercer lugar del ranking mundial. Mucho menos cuando lo distinguieron como Ciudadano Ilustre de Bajo Flores, un reconocimiento de la Legislatura de la Ciudad. Prefiere quedarse con el premio de la OMB (Organización Mundial de Boxeo) por su obra comunitaria, gratuita e inclusiva, habiendo sido seleccionado entre veinte instituciones del mundo entero. Expresa que “este es mi mejor golpe, la solidaridad”.

Fuente: El Gráfico.
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