La sanjuanina que salió de la pobreza y trasforma vidas a través del tejido

Desde una infancia de carencias en Santa Lucía hasta convertirse en docente y formadora de nuevas tejedoras, la historia de vida de Mery emociona por su fuerza y su ejemplo. Hoy, desde su casa en Rivadavia, continúa transmitiendo un saber que nació en el corazón de su madre y que ella convirtió en arte, sustento y legado.

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 María Torres, conocida por todos como Mery, no necesita demasiadas palabras para inspirar. Su voz cálida y su mirada transparente bastan para comprender que detrás de su humildad hay una vida tejida con hilos de sacrificio, dolor, valentía y amor. Nació y creció en Santa Lucía, pero actualmente vive en Rivadavia, donde funciona su taller “Arañita Tejedora”. Desde allí, sigue creando tejidos con técnica rusa y arreglando sillas con Totora, tal como le enseñó su madre en la infancia.

Mery tenía apenas unos años cuando la vida familiar cambió abruptamente. Su madre quedó viuda a los 42 años, con siete hijos pequeños y sin recursos. “Vivíamos en el campo. Mi mamá nos llevaba a trabajar con ella, a cortar aceitunas. Después íbamos a la escuela, caminábamos como seis kilómetros. De regreso, pasábamos por el campo a buscarla. Era como una pata con sus patitos”, recuerda, con una sonrisa que mezcla nostalgia y admiración.

Entre los trabajos rurales y las tareas del hogar, su madre encontraba tiempo para tejer y hacer trabajos artesanales. Fue ella quien, con paciencia, le mostró a Mery cómo se tejía con Totora. “Un día me sentó, me hizo mirar y aprendí. Nunca más lo dejé. Me gustó desde el primer momento”. Con el paso del tiempo, esa habilidad se convirtió en algo más que una actividad: fue compañía, refugio, sostén.

Ya adulta, y trabajando como empleada doméstica, otra mujer influyó en su destino. “La señora donde trabajaba me preguntó si me gustaba estudiar. Me ayudó a retomar la escuela. Después, cuando me casé, le pedí a mi esposo terminar el secundario. Le dije que si me iba mal, dejaba. Pero si sacaba buenas notas, me dejaba seguir”. Mery cumplió con creces: trajo notas sobresalientes, terminó la secundaria y luego se formó como docente. Enseñó durante 32 años, demostrando que nunca es tarde para cumplir sueños.

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A lo largo de su vida, enfrentó también otras batallas. Crió a sus hijos sola tras divorciarse y logró que su hija mayor estudiara en la universidad y se convirtiera en contadora y máster en Economía. “La pude hacer estudiar con mucho sacrificio. Yo ya era docente, pero no dejaba de tejer. Siempre lo hice”, cuenta con orgullo.

Aunque ninguno de sus tres hijos siguió su camino en el tejido, hoy Mery transmite su saber a quien quiera aprender. Lo hace desde su casa, con paciencia y dedicación. “Ya tengo tres personas que van a venir a aprender. Estoy chocha con eso”. También colabora con vecinas del barrio: “Si me traen una silla rota, yo les enseño cómo arreglarla. Les pido que traigan la Totora y les muestro paso a paso. Y bueno, siempre hay un vuelto, algo a cambio, pero sobre todo es por ayudar”.

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Además de su trabajo con Totora, Mery aprendió sola una técnica que la fascinó: el tejido ruso. “Lo aprendí por Google”, dice entre risas. Sus manos prodigiosas confeccionan prendas y piezas decorativas que mezclan tradición, creatividad y sensibilidad.

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Hoy, a sus años, sigue construyendo. Su casa es su taller, su escuela, su rincón de afectos. Rodeada por sus hijos, sus cinco nietos y, especialmente, una pequeña de tres años que llegó cuando ya pensaban que la familia estaba completa, Mery sigue soñando, sigue enseñando, sigue tejiendo.

Quien desee aprender con ella puede contactarla a través de su emprendimiento, “Arañita Tejedora”. Mery no vende solo tejidos: comparte historias, saberes y la certeza de que, aun en medio de la adversidad, es posible construir una vida digna, con ternura y con esfuerzo.

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