Sarmiento en el siglo XXI: el debate perverso

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La polémica por los desplantes y desagravios al prócer sanjuanino distrae la atención sobre los verdaderos problemas de la educación actual. Quién gana y quién pierde con los “olvidos” de la Nación y la tibia reivindicación del Gobierno Provincial.








POR GRACIELA MARCET.-

En los últimos años, los festejos por el Día del Maestro le ceden cada vez más espacio a las peleas. Las ideas de uno de los hombres más revolucionarios de la historia argentina siguen generando controversia y esta vez la fecha que conmemora su muerte volvió a coincidir con la seguidilla de medidas tomadas desde el Gobierno Nacional para contribuir al destierro del prócer del olimpo de glorias nacionales. El resultado fue, una vez más, la pelea inconducente Sarmiento sí -Sarmiento no.

El acto de denominar al mexicano Justo Sierra Méndez como el nuevo Maestro de América reavivó el rencor de los sanjuaninos por los desplantes de la Nación y no tardaron en llegar los “actos de desagravio” para el hombre que más hizo por la educación pública argentina. Desde el Gobierno Provincial, el máximo acto de arrojo fue hacer una llamada al ministro de Educación de la Nación y asegurar que a este le quedó bien claro quién es el verdadero Maestro de América. Ya está, ya podemos dormir en paz: Sileoni ya sabe quién ostenta el título, aunque todos los actos de esta gestión digan exactamente lo contrario. Y para dejar aún más tranquilos a los sanjuaninos, el gobierno publicó costosos avisos en los medios locales para aclarar quién fue y será para siempre nuestro gran maestro.

La semana transcurrió así entre agravios y desagravios en un debate alimentado por la mayoría de los medios locales. Salvo en casos específicos, en los que algunos periódicos y diarios digitales aprovecharon la polémica para comunicar la obra de Sarmiento y enmarcarla en una contextualización más profunda sobre las razones históricas e ideológicas que alimentan cada postura, los medios de mayor difusión se limitaron a seguir el juego de la ofensa, desde un lugar completamente funcional a la intención perversa de distraer la atención con medidas de gran visibilidad pero con escaso impacto en los problemas reales de la educación y la sociedad actual.

Destronar a Domingo Faustino Sarmiento de su lugar indiscutible de promotor de la educación popular no es un acto inocente para quienes quieren escribir la historia en función de sus propias conveniencias. Porque respetar la obra que el prócer llevó adelante desde la función pública implica ir más allá de las palabras, aquellas por las cuales fue y sigue siendo criticado. Significa destinar todos los esfuerzos a la reestructuración de los sistemas conocidos para planificar e invertir en el presente, pensando en las demandas del futuro. Obliga a responder a las necesidades básicas de quienes menos tienen y no solamente de los que tienen mayor influencia en las urnas. Compromete a no declamar hipócritamente el respeto a los pueblos originarios, el punto en el que más se condena a Sarmiento, sino llevarlo a la realidad a través de acciones concretas, en las que el sanjuanino fue un ejemplo de gestión incansable para garantizar los derechos de los sectores más desfavorecidos. Significa oponerse de verdad a los intereses mezquinos de las oligarquías (terratenientes o empresariales) y respetar la soberanía nacional más allá de cualquier acuerdo con los capitales extranjeros. Y sobre todo, implica no enriquecerse con los dineros públicos, aquellos de los que se hace uso y abuso para construir una autoproclamación de liderazgo popular y revolucionario, mientras se vacían las arcas del Estado. Porque más allá de todo lo que expresó en su profusa obra periodística, literaria y pública, Sarmiento no murió rodeado del lujo que caracteriza a muchos funcionarios actuales. Se fue con poco más de lo que le dio su humilde familia, pero con un legado inmenso que sentó las bases del progreso, los derechos sociales y los principios republicanos en la Argentina.


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Por todas esas razones, Sarmiento intenta ser borrado de la historia nacional. Pero por las mismas razones, resulta perverso centrar el debate educativo actual en un juego hipócrita en el que solo se cuestiona el merecimiento de un título indiscutible. Para reivindicar a Sarmiento como a todos los que entregaron su vida por la patria, no basta con publicar un aviso en los diarios o llamar al ministro de turno para pedir una disculpa. Es necesario dejar de robar con Pigna por dos años, y dejar de robar literalmente, para invertir los recursos en la educación que nos merecemos. Y es imprescindible llevar a la acción aquello que se declama, en una revalorización del rol del docente, la inversión en las escuelas y un cambio de paradigma en el concepto de calidad educativa.

Algunos pasos fueron dados en la Nación y en la Provincia en este sentido. En el país, uno de los mayores logros fue el aumento de la tasa de escolarización en el nivel inicial y en el de la tasa de asistencia en el secundario, especialmente en los sectores vulnerables. Según un estudio del Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (Cippec), entre 2003 y 2014 el salario docente se recuperó un 61,5% en términos reales y mejoraron las condiciones materiales de las escuelas y se distribuyeron netbooks para todos los alumnos y docentes y grandes cantidades de libros. Sin embargo, estos avances, promocionados por la estadística oficial como la única cara visible de la educación, esconden los grandes problemas que subsisten.

Las mejoras salariales resultan insuficientes para dar pelea a la inflación y las sumas en negro contribuyen a aumentar la precarización laboral, que se manifiesta en los bajísimos montos de las jubilaciones. Por otro lado las mejoras señaladas no se traducen en el nivel de aprendizaje, que está estancado en un nivel muy bajo, con 1 de cada 2 alumnos de 15 años que no accede a los aprendizajes indispensables en lengua. De los 65 países evaluados por PISA, la Argentina es el que tiene mayor nivel de ausentismo de los alumnos y es el país en donde los estudiantes perciben mayor conflictividad escolar.

En San Juan, un paso positivo fue la aprobación de la Ley de Educación Provincial y los próximos meses nos permitirán verificar si el Ministerio de Educación comienza a ajustarse a estos principios. Desafortunadamente, las grandes carencias y “olvidos” que nos muestra la realidad actual frenan el optimismo de un cambio profundo.

La negación sistemática del bullying en las escuelas sanjuaninas y la atención superficial de los casos de violencia, con acuerdos de convivencia que solo ponen paños fríos a un problema estructural, es solo un ejemplo de la falta de voluntad para avanzar en una reforma general del sistema, que ponga en primer plano a la educación emocional. El abandono estatal de las bibliotecas populares, las mismas que fueron impulsadas y protegidas por Sarmiento, el bloqueo intencional de los manuales de Educación Ambiental elaborados por el Gobierno Nacional y la encrucijada en la que año tras año se encierra a los docentes que pelean por una pobre compensación salarial, son otros de los signos que nos ponen en alerta. Ojalá el gobierno comience a ocuparse de resolver sus incoherencias y a dar respuestas a los problemas del siglo XXI, que no se solucionan alimentando el circo de atacar o defender discursivamente a los próceres, sino poniendo el foco en lo que falta para ver crecer a nuestro país.

 
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