Carmelo Rojas, el joven MILAGROSO

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Hay un mito urbano en el Cementerio del Rosario, en la ciudad de San Luis, que causa conmoción en  la provincia y en gran parte del país. Se trata de Carlos Rojas, quien fue asesinado cuando tenía 14 años y en cuya tumba se exponen cientos de testimonios de milagros que le atribuyen.


Uno de los grandes misterios que rodean al Cementerio del Rosario, en la ciudad de San Luis, comúnmente conocido como el del “Oeste” o de "Los Pobres", es una tumba donde siempre se pueden encontrar cientos de recuerdos. Allí hay una lápida distinta a las demás. En ella se pueden encontrar cuadros, fotos, cuadernos, libros, poemas de amor, autitos, rosarios, chupetes, velas y flores, entre otros objetos que adornan el lugar del descanso eterno de Carmelo Rojas, quien  falleció el 30 de noviembre de 1940 por un disparo en el pecho.


Es un sepulcro que se distingue porque de sus raídas paredes cuelgan cientos de placas donde sus grabados dicen “Gracias Carmelito por el favor recibido” y como si fuera una consigna, la mayoría son de color rojo.


Según dice la historia que en ese sepulcro están los restos de un chico trágicamente fallecido a los 14 años de edad. La gente que deposita su fe en el joven sostiene que Carmelito Rojas, es un niño milagroso. Que ayuda a los más humildes y que por las noches, su llanto se deja oír el lugar y entre los barrios aledaños que rodean el viejo cementerio.


Hay cientos de testimonios acerca de las gracias que concede este fenómeno. Se le atribuyen a Carmelito curaciones a niños, adultos y ancianos, ayudas a dejar el alcohol o las drogas, a conseguir un trabajo estable o ayudas as alumno a pasar de grado o curso. Incluso la figura del niño lleva a devotos de otras provincias a concurrir a pedirle y agradecerle a joven milagroso.



El niño que llora


Carmelito Rojas es más conocido entre sus devotos como "el niño que llora", nombre que recibió por varias razones. Una de esas es porque su sepulcro se encuentra una foto del pequeño protegida por un vidrio transparente, que constantemente está mojado o transpirado del lado de adentro. Y otros dicen que es porque el culpable de su muerte nunca fue castigado.


Muchos aseguran que son lágrimas mientras, que otros, afirman que es transpiración natural del vidrio por la humedad que deja escapar el cemento con el que está construido el sepulcro. Algunos incluso llegan a decir que es un alma en pena por la forma en que murió.


Según las fuentes periodísticas de San Luis, Carmelito fue un niño normal, pero su muerte repentina y trágica lo convirtió, después de muchos años, en mito. Por un lado sus familiares piden que dejen descansar en paz su alma. Por el otro, los creyentes siguen venerando el sepulcro donde están sus restos y no dejan de confiar.



Una vida truncada por la tragedia


La historia narra que era un niño que murió a los 14 años producto de un disparo en el pecho. Se cuenta que vivía en la calle Maipú al 1160 de San Luis, y que el día de su muerte, el 30 de noviembre de 1940, había salido a cazar pajaritos con una honda, acompañado de unos amigos de la misma edad.


Carmelo y un amigo llegaron con esa intención a la zona de Los Pimiento. En este lugar, la crónica policial es un poco confusa, pues según expresa, los niños comenzaron a tirar piedras, unas cayeron sobre el techo de una vivienda donde vivía un militar,  otras habrían roto un par de vidrios de esa propiedad. Ofuscado, un hijo del militar, habría salido armado de un rifle o escopeta y sin miramientos habría efectuado varios disparos. Uno de ellos provocó la muerte del pequeño.


Dicen que el autor de los disparos padecía problemas mentales y amparado por las leyes y la investidura de su padre, no fue encarcelado ni condenado. Lo cierto es que la las crónicas periodísticas de ese entonces cuenta que Carmelo y su amigo habían salido de sus domicilios para hacer un par de compras, pero en el trayecto se desviaron en un par de travesuras.


El chico vivía con sus padres y dos hermanas. Su padre se ausentaba por meses a trabajar afuera y Carmelo salía a buscar changas en los alrededores. Cuando ocurrió el hecho trágico, trabajaba de ayudante de una panadería, y era alumno regular de la Escuela Córdoba.


Luego del final trágico, la familia había quedado destruida y jamás imaginaron lo que ocurriría años después. Su muerte por momentos despertó bronca y desazón y, en otras, la gente fue alimentando lo que en breve tiempo sería un mito popular. Para muchos su historia fue por caminos de la fe, el de la creencia, el de la esperanza.

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