Se recibió de ingeniero a los 23 años, tenía trabajo y dejó todo por la solidaridad y el amor al otro

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Nicolás Donnelly: "De Calcuta llegué con ganas de ayudar cerca de casa y me metí en la villa 31".

"No tengo que irme a Calcuta para ayudar, puedo hacerlo en mi barrio", concluyó Nicolás Donnelly después de haber pasado dos meses en ese destino. Así fue como cuando volvió a su casa de Recoleta decidió involucrarse con la realidad de los jóvenes en la villa 31 de Retiro y fundar la organización Luz de Esperanza.

De chico siempre fue a misionar y en uno de esos encuentros conoció a un jóven que había ido a Calcuta. "Con un amigo dijimos que cuando termináramos la carrera íbamos a ir. A los 23 años me recibí de ingeniero industrial, estaba trabajando en Avon y mi amigo me recordó sobre aquella promesa. Renuncié y nos fuimos", dice este joven, que hoy tiene 30 años.

Era 2012. Fueron a otros destinos, pero el plato fuerte fueron los dos meses que pasó como voluntario con las Hermanas de la Caridad, en Calcuta. "Es una ciudad que está clavada en el tiempo. Y como la separación de castas es un tema religioso y creen en la reencarnación, las clases bajas aceptan ese destino. Y esto hace que tengan una alegría innata que es muy fuerte", cuenta Donnelly.

Por la mañana acompañaba a un chico con retraso madurativo. Y por las tardes iba a Kalighat, el hogar de enfermos terminales.

"Esa fue una experiencia que me marcó mucho porque acompañé durante unas semanas a una persona que finalmente terminó muriendo", agrega Donnelly, que vivía en un hostel a 15 cuadras de la casa madre de las hermanas.

Fueron dos meses muy movilizantes. Como también lo fue la vuelta. "Llegué con el bichito adentro de ayudar y por suerte no tuve que salir corriendo a buscar trabajo y pude tomarme el tiempo necesario para que todo decante", cuenta este joven, que conocía algunas personas que lo ayudaron a entrar en la villa 31.

"Vengan y vean"


Eduardo Drabble era el cura villero que tenía pie en ese territorio. "Con un amigo fuimos con una idea de cómo ayudar y él nos dijo: 'Acá llueven ideas. Está bueno que vengan y vean'. Entonces yo empecé a ir dos o tres veces por semana al patio a charlar con chicos con problemas de consumo. Todos estaban tratando de salir".

Así conoció historias muy fuertes. "Lo que más me impactó fue encontrar que muchos tenían mi edad y que compartíamos intereses comunes como el fútbol o la música. Esas eran personas que yo me cruzaba por la calle o en la cancha de River. Y fuimos armando un vínculo de amistad", dice.

El problema que tenía el cura en ese momento era que los chicos que volvían después de estar tres meses internados en una granja en General Rodríguez no tenían nada productivo para hacer.

"Entonces empezamos a pensar en qué emprendimiento podíamos armar y nos decidimos por velas. Apareció una persona de Galindez Catering, Felicitas, y esa fue la bisagra. Se enamoró del proyecto y nos puso en contacto con el mundo de la ambientación, y como rubro, nos apadrinaron", recuerda Donnelly.

Así surgió Luz de Esperanza, un emprendimiento en donde trabajan los chicos del Hogar de Cristo, que están en recuperación. Hoy tienen un predio en el puerto y están en pleno crecimiento. "Para nosotros, el centro son los pibes. Ofrecemos un producto igual al del mercado y con este diferencial. La gente no lo duda", agrega Donnelly.

Está convencido de que si no se hubiera ido a Calcuta, hoy no estaría haciendo lo que hace. "Creo que los viajes así te descolocan y te hacen ver las cosas desde otra perspectiva. Yo aprendí que para ayudar a alguien primero hay que ir a su encuentro, conocerlo y ver cuáles son sus necesidades".

Fuente: La Nación
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