Un psicólogo sanjuanino explica cómo atravesar emocionalmente el fin de año

El psicólogo José Icazatti propone correrse de lo que “nos pasó” para mirar qué aprendimos, aceptar el dolor sin negarlo y valorar las pequeñas cosas que sostienen la vida cotidiana.

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El fin de año no impacta de la misma manera en todas las personas. Para algunos es apenas una fecha más; para otros, un momento cargado de emociones, recuerdos y balances inevitables. Según el licenciado en Psicología José Icazatti, no se trata tanto de “prepararse” para estas fechas, sino de revisar desde qué lugar emocional se las transita.

“Una buena pregunta para hacerse es qué me pasó este año y, sobre todo, qué aprendí”, plantea. Y marca una diferencia clave: “Una cosa es lo que te pasó y otra cosa es lo que uno aprende, porque lo que pasó, pasa. No es lo que me pasa, sino qué hago con lo que me pasa”.

Icazatti sostiene que el fin de año suele activar silencios incómodos, sueños truncos y pérdidas que vuelven a doler. “Hay muchos objetivos que no se cumplen, hay personas que van a tener una silla vacía esta noche. Hay cosas que no podemos evitar: el dolor, el extrañar, el recuerdo”, reconoce. Sin embargo, subraya que sí se puede trabajar con eso que duele. “Una muerte no la podemos evitar, pasa. El duelo es inevitable, pero lo que hacemos con eso en el tiempo es lo que marca la diferencia”.

En ese punto, advierte que muchas veces el recuerdo se reactiva con más fuerza en estas fechas. “Todos los fines de año aparece el mismo pensamiento: antes éramos más, había más gente, alguien que ya no está”. Para el psicólogo, allí aparece una oportunidad de aprendizaje: “Somos nuestras cicatrices, nuestras experiencias, todo lo que nos pasó. Pero por quedarnos mirando esa silla vacía, a veces no registramos que hay gente que todavía sigue”.

El balance de fin de año, asegura, casi siempre es involuntario. “Cuando algo llega a su fin, aparece la balanza: lo bueno, lo malo, lo que no logré. Y ahí surge la frustración”. Frente a eso, insiste en cambiar la pregunta: “Si yo cuento lo malo, fue un peor año. Ahora, si cuento lo que aprendí, la historia cambia”.

Desde lo personal, Icazatti compartió su propia experiencia: “Este año aprendí a renacer. Perdí muchas cosas, tuve que soltar otras, pero aprendí a vivir de esas derrotas. No hablo de la enfermedad, hablo de un renacimiento personal”. Y remarca que, aun en los años más difíciles, siempre hay algo valioso: “Por ahí no lo vemos porque lo malo lo opaca, pero siempre hay cosas buenas”.

En ese ejercicio de mirada, el especialista invita a poner el foco en lo simple. “La verdadera belleza está en las cosas sencillas: ese café con alguien que vibra con vos, levantarte y estar vivo, dormir sin dolor. Para alguien que convivió con el dolor, despertarse sin él es una bendición”.

La clave, según Icazatti, está en cómo se educan las emociones. “El error no es lo importante, sino lo que sigue. El año termina, pero tu vida no”. Por eso, desaconseja vivir estas fechas en automático: “Cuando queremos que todo pase rápido, no hay conciencia. Y la felicidad no es estar alegre, es estar en paz, en calma, en serenidad”.

En lugar de deseos grandilocuentes, propone otros valores. “Yo no deseo ‘feliz año nuevo’. Deseo paz, ternura, compasión, empatía, humildad”. Y explica: “La paz aparece cuando hay coherencia, cuando pensamiento y emoción están alineados”.

Sobre la fe, las energías o las creencias, Icazatti es claro: “Todo sistema de creencia puede ser limitante o potenciador. Depende de cómo lo procese el cerebro. Pedir sin acción no alcanza: somos lo que hacemos, no lo que decimos que vamos a hacer”.

Finalmente, deja una reflexión que resume el sentido del balance de fin de año: “Hay tres preguntas que tienen que dialogar entre sí: quién sos, quién deseas ser y cuánto vales. Si esas respuestas se encuentran, hay paz. Si la distancia es muy grande, aparece la angustia”.

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