El ocaso de Joseph Blatter

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Doscientos siete días transcurrieron desde el 29 de mayo, cuando se aseguró su cuarta reelección como presidente de la FIFA, el día en que Joseph Blatter creyó que su poder era eterno e ilimitado. Se equivocó feo.




 



 

En poco más de medio año, el mundo del fútbol se hundió en un abismo de corrupción y el terremoto institucional terminó devorándose a su máximo dirigente. La sanción de ocho años para ejercer cualquier actividad relacionada con el fútbol que lo alcanza a los 79 abriles suena imposible de remontar, y obliga a quienes quedaron a cargo de la maltrecha entidad a preguntarse entre tanto vértigo cómo seguir adelante: una era de discrecionalidad acabó ayer en Zurich.

Aunque solo transcurrieron poco más de seis meses, muy lejos quedó aquel sonriente personaje que, en medio del escándalo que sacudió a la FIFA desde las redadas en el hotel Baur au Lac, emergió victorioso en la elección presidencial luego de ignorar repetidos llamados a apiadarse del fútbol y abandonar la compulsa.
Su sentido de la impunidad desafiaba la imaginación.

Qué lejos de esta imagen descuidada y avejentada con la que el ex coronel del ejército suizo anunció, ya sancionado, su intención de dar un combate que parece perdido antes de dar comienzo: "Soy el presidente saliente, no al que van a elegir. No se me debe suspender con estas cosas. Así no puedo hacer mi trabajo". Dio explicaciones en inglés, en francés, en alemán y hasta en castellano, pero quizás no logre ser capaz de explicarse a sí mismo cómo su inmenso poder se licuó tan pronto. Tan inexorablemente.

En el origen de todo está la decisión del Comité Ejecutivo de concederle la sede del Mundial 2022 a Qatar, que Blatter no compartió, porque esperaba que la elección recayera sobre los Estados Unidos. El FBI, que investigaba la evasión impositiva del ex vice de la FIFA Chuck Blazer, terminó ensanchando su pesquisa con los resultados conocidos: desde aquellas redadas de la madrugada del 27 de mayo, 39 dirigentes, ex miembros y ex colaboradores de la FIFA fueron detenidos o imputados por la justicia norteamericana, que caracterizó el accionar delictivo como la "Copa del Mundo de la corrupción".

La situación entró en un curso de desastre que Blatter no pudo enderezar. Cercado por las críticas, el 2 de junio anunció la convocatoria de un Congreso extraordinario para elegir un nuevo presidente, aunque se cuidó muy bien de citar palabras como "renuncia" o "dimisión".
Cuatro meses después, el 7 de octubre, ya caído en desgracia ante los potentes patrocinantes de la FIFA, lo alcanzó junto a Platini una suspensión de 90 días que presagiaba el agrio final.

Un detalle administrativo, en definitiva, fue su perdición. Los investigadores de la FIFA utilizaron un software especial para órganos de control financiero con el objetivo de detectar el pago de dos millones de francos suizos que Blatter le hizo a Platini en 2011, y que derivó en la sanción definitiva que también alcanzó al titular de la UEFA. Los encontraron culpables de "abuso de posición", "conflicto de intereses" y "gestión desleal", y no atendieron el argumento sobre la existencia de un contrato oral que justificara el pago.

Todo indica que nunca podrán regresar. "Esto no ha terminado todavía, volveré" prometió Blatter, pero si no acude a la Cámara de Apelación de la FIFA antes de recurrir al Tribunal Arbitral del Deporte, su reclamo no tendrá validez. En cualquier caso, cualquier proceso demorará mucho más que los 67 días que restan hasta la realización del congreso que decidirá al futuro mandatario de FIFA, que difícilmente Blatter pueda presidir. Lo mismo corre para Platini y su pretensión de convertirse en el mandamás universal del fútbol.

 

Fuente: La Nación.-
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