Todos tienen que tener uno porque hay que disfrutar ser niño”, afirmó con apenas ocho años, Benicio Rumualdo.
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Benicio Rumualdo, un niño de ocho años, decidió que sus juguetes podían tener una nueva vida en manos de otros chicos que los necesitaran. Con una gran bolsa, una sillita y una mesa, se instaló primero en la vereda de la casa de su abuela, en Fernández Oro, Río Negro, con un cartel escrito a mano que decía: “No vendo, regalo”. Su objetivo era claro: que nadie sintiera vergüenza de tomar un juguete y que todos los niños pudieran disfrutar de ese derecho.
“Todos tienen que tener uno porque hay que disfrutar ser niño”, expresó el pequeño, que siempre se destacó por su generosidad. Según relató su mamá, Macarena, “él siempre te hace un presente, algo chiquito, tiene esa necesidad de darle a los demás algo”.
La iniciativa comenzó en lo de “la abuela Tere”, donde algunas vecinas y un señor que buscaba un libro para su hijo se llevaron los primeros regalos. Sin embargo, la repercusión fue mayor al día siguiente, cuando la municipalidad los invitó a participar en el Parque Central.
Benicio preparó su mesa y ordenó los juguetes hasta la noche anterior. “El domingo llegó y no alcanzó a ordenarlos que ya había chicos alrededor”, recordó Macarena. La demanda fue tal que tuvieron que pedir que los niños hicieran fila. Entre juegos y charlas, Benicio ayudaba a armar rompecabezas o recomendaba cuentos.
Una lección de empatía que dejó huella
En pocas horas, todos los juguetes encontraron un nuevo dueño. Benicio regresó a su casa sin ninguno, pero con el corazón lleno. “Estoy muy orgulloso de que todos los niños se llevaran el juguete”, afirmó. Incluso recibió algunas papas fritas y pequeños obsequios a cambio, aunque para él el mayor regalo fue la felicidad compartida
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