El cianuro mágico y las patas cortas de la megaminería

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Marcha minera
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El levantamiento de miles de sanjuaninos en contra de la explotación a cielo abierto marca un punto de inflexión en el sueño del “San Juan Minero”. Las teorías de la “psicosis popular” y el “sabotaje político” como operaciones para defender lo indefendible. 








 

POR GRACIELA MARCET.-

Como en el cuento de Andersen, los sanjuaninos vivimos durante más de diez años en la ilusión de una realidad paralela, en la que de un día para el otro cambiamos las frágiles economías regionales por las alubias mágicas de la megaminería, que prometía hacer crecer indefinidamente el árbol de la abundancia para todos. En pocos años, el San Juan Minero se convirtió en el emblema indiscutido del progreso en la provincia y aquellas tímidas voces que planteaban su preocupación por el impacto de una de las actividades más contaminantes del mundo, eran rápidamente acalladas con la fuerza del aparato oficial.
“Apocalípticos, resentidos y delirantes” fueron llamados los ciudadanos y organizaciones independientes que se atrevieron a manifestar su temor ante la construcción de enormes diques de cola en la Cordillera y el uso de cianuro a gran escala.

Lo mismo pasó con aquellos rebeldes que osaron preguntarse si el beneficio económico para la provincia era tan grande como lo sostenía la publicidad oficial y tan duradero como para justificar el riesgo de contaminar para siempre las fuentes de agua. Pero el dinero fue más fuerte.  Medios alimentados con una generosa pauta, trabajadores que empezaron a mejorar su estilo de vida y algunas empresas que comenzaron a expandirse rápidamente hicieron posible mantener la idea de una megaminería eterna e infalible.

Fue el mismo Gioja el que impulsó la imagen de una minería que “hace posible lo imposible”, según sus propias palabras. Y ese convencimiento fue tal que su administración logró ejecutar acciones impensables para una sociedad que piensa en un verdadero desarrollo sostenible. Así fue posible erigir a la megaminería a cielo abierto como la práctica más inocua del mundo; disminuir progresivamente los fondos para los controles ambientales; bloquear los manuales de Educación Ambiental enviados desde la Nación; presionar a medios y periodistas para hablar solo sobre las bondades de la minería y apagar toda voz disidente; autorizar exploraciones de uranio en áreas protegidas; sostener a un ministro acusado de acoso sexual y con visibles muestras de inoperancia; apoyar el veto a la Ley de Glaciares; mentir sobre la dimensión del derrame de cianuro y más tarde abonar la teoría de un “sabotaje político”, el infalible salvavidas utilizado para explicar lo inexplicable.
Pero este año, el modelo “inquebrantable” empezó a mostrar sus fisuras.

Las mentiras respecto al caso Glencore y el escándalo por el uranio antecedieron al derrame de cianuro, que se convirtió en un punto de inflexión hasta para quienes sostenían a cualquier costo la imagen de la minería todopoderosa. Y en menos de dos semanas, el ideal único de progreso comenzó a caerse junto al discurso de los que defendían el “oro para todos”. El descrédito del bloque empresa-gobierno fue tan grande que en estos días resultó ridículo oír a los que siguieron haciendo esfuerzos para sostener lo insostenible, con la osadía de retar altaneramente a las poblaciones afectadas por tener el tupé de temer por la salud de sus hijos. “Porque el agua que toman viene de otra cuenca. Porque el cianuro está tan diluido que no afecta a nadie. Porque aunque el número de litros derramados siga creciendo, si Barrick nos dice que está todo bien, así debe ser. Porque la empresa no tiene intención de hacer las cosas mal y el gobierno nunca querría perjudicar al pueblo. Si el cianuro es agua de la pradera y glaciares hay de sobra. Si la corrupción es un invento de la oposición y Saavedra es más inocente que el abuelo de Heidi”.

Sería tan lindo poder creer en eso. Pero los Reyes Magos no existen y las multinacionales como Barrick no se controlan a sí mismas en un Estado ausente. Ahora muchos alegan que todo podría haber sido resuelto con un simple comunicado de la empresa, que informara la situación desde el primer momento. “Así nos habríamos evitado todo este escándalo y el enorme daño hacia la imagen de la industria minera” dicen quienes sostienen que todo se trata de un “problemita de comunicación”. ¿Será que realmente creen que ese es el mayor problema? ¿O lo dicen para ignorar que si la empresa ocultó el derrame no fue solo para ahorrarse el escarnio popular sino precisamente porque puede hacerlo, cuando no hay un organismo oficial que la vigile?

¿Todavía hay gente que cree de buena fe en los manejos de una transnacional que ha causado desastres en el mundo o se trata de una justificación cómplice para seguir recibiendo las migajas que nos permiten vestirnos mejor durante un par de años? ¿No les genera ruido la reducción del presupuesto para controles ambientales? ¿No resulta llamativo que en algunos diarios la noticia principal después de la multitudinaria marcha sea insistir con los insultos de Yacante durante el temblor?


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Más allá de las estrategias poco creíbles de algunos medios, el derrame de cianuro despertó a muchos sanjuaninos, que decidieron empezar a ver las cosas que durante años se escondieron bajo la alfombra. No solo porque saltaron a la luz las mentiras de Barrick sino porque muchos empezaron a hacer un balance entre lo poco que deja y lo mucho que puede quitarnos este tipo de explotación.

Las redes sociales fueron protagonistas del armado de un movimiento social, que escapó rápidamente al aparato empresa-gobierno-medios, que se creía invencible a cualquier acusación. También hay que decirlo: en las mismas redes se propagaron fotos mentirosas y versiones desmedidas, que solo contribuyeron a abonar la teoría del delirio por parte de los defensores acérrimos. Pero más allá de ese fenómeno, que se genera en todo caso de semejante envergadura, son cada vez más los sanjuaninos que se interesan por descubrir la verdad y que empiezan a ver más allá de lo evidente para entender el mensaje según la fuente que lo enuncia.

Es mi esperanza y la de muchos que el derrame no resulte en vano. Que el poco o gran daño que haya causado al menos sirva para tomar dimensión del peligro que representan las operaciones de una megaindustria sin control y que no siempre hay que aceptar mansamente lo que se nos presenta, interesadamente, como el camino único de crecimiento. Que hay que empezar a informarse más y a comparar fuentes. Que desde la ciudad de San Juan no podemos creer que lo que pase en el norte de la provincia no es un problema nuestro. Porque Jáchal e Iglesia también forman parte de San Juan y porque si hoy no nos preguntamos hacia dónde fue el cianuro derramado, en algún momento el perjuicio también puede ser nuestro.

En definitiva, habrá que replantearse si el crecimiento de un reducido sector de la población durante algunos años justifica hipotecar el futuro de la provincia. Porque no vivimos en un cuento de hadas y si el Estado abandona a los pueblos a su suerte, no habrá alubia que nos salve de volver a llorar sobre el cianuro derramado.
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