Tiene 90 años y sale a vender batitas de bebés en la plaza: “La jubilación no me alcanza”

De acuerdo a una investigación de la Universidad Católica, uno de cada 3 adultos de 60 años o más hace changas y trabajos precarios; la historia de Elvira y María Inés son una muestra de ese fenómeno

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Elvira
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Elvira Anaya tiene 90 años, un metro cincuenta, el pelo castaño claro casi como los ojos, marrones bien claritos. Ella diría que tienen el color del tiempo, que se encienden si se ríe y cuando no, no. También tiene una caja de cartón que carga en un carrito cuando camina en la plaza Almagro entre la gente que hace tiempo, que lleva a los chicos a los juegos, que juega a las cartas en el sector de mesas, que hace cola para comprar algo de pescado en la feria. Pero ella no hace nada de todo eso. Ella abre la caja y les ofrece batitas de bebé y escarpines. Amarillo patito, rosa, azul Francia, celeste, lilas, combinadas a rayas. 

Todo lo teje ella misma, en su casa. Porque ella tiene casa, a cinco cuadras de la plaza. Un departamento de dos ambientes en el que vive con su sobrino, un señor que se llama Ricardo y no siempre la acompaña a la plaza. Elvira dice que se cuida sola y muestra las manos con las que teje en punto jersey, que es más delicado, y con las que hace “ochitos y arañitas” para las guardas.

“Mirá cómo tengo los dedos, todos torcidos, es artritis. Pero no me alcanza la jubilación y las expensas están cada vez más caras, también la comida, los remedios… y por eso vendo las batitas. Las hago en 10 días, porque no tengo mucho tiempo: yo limpio mi casa, cocino, hago todo. Y me cuesta tejer porque me encorvo mucho sobre la panza y me duele. Me operaron de cáncer de colon hace un año… pero estoy mejor, creo. No sé si voy a tejer más. Pero mirá, mirá que están lindas para los chiquitos”, le sonríe a LA NACION y acaricia la ropa de lana suave con las manos de dedos largos, nudosos, claros, que muestran el tiempo de todo lo que le pasó, le pasa, hizo y hace.

Elvira trabajó desde los 18. En total fueron 32 años de empleada administrativa, entre la Marina y el Instituto de Pensiones Militares (IAF) y otros años más en una agencia de turismo. Hoy cobra un poco más que la jubilación mínima, pero como no le corresponde el bono que da el Gobierno a quienes cobran menos, dice que es como si cobrara la mínima, que en abril será de $ 241.216 (unos $171 mil de jubilación más $ 70 mil del bono).

En esa situación, de que no alcanza el dinero de la jubilación y hay que salir a “buscar el mango”, se encuentran muchos adultos mayores. De hecho marcan un “récord histórico”, según un estudio de la Universidad Católica Argentina (UCA) sobre el escenario laboral de los últimos 20 años.

Jubilaciones y trabajo precario

“Una de cada tres personas, de 60 años o más se encontraba a diciembre de 2023 desarrollando actividades laborales de subempleo inestable, es decir trabajos temporarios de baja remuneración o changas”, explica a LA NACION Eduardo Donza, uno de los investigadores del informe, que se basa en la una encuesta realizada el año pasado por el Observatorio de la Deuda Social Argentina (UCA).

“Ese subempleo inestable llegó al 36% de los adultos mayores, que es un universo de mujeres que tienen la posibilidad de jubilarse, desde los 60 y los hombres desde los 65, pero que siguen trabajando. Es un récord histórico que se evidencia como un pico en septiembre de 2023 y es un fenómeno que se arrastra después de la pandemia”, indica Donza.

La situación del mercado de trabajo de los adultos mayores es diferente a la de la población adulta o joven. “Algunos trabajan porque tienen una vida laboral exitosa, son profesionales de alta calificación o son empleadores. Otros se ven obligados a continuar con un subempleo inestable porque los ingresos de la jubilación no les alcanza para los gastos que tienen que atravesar”, explica Donza y abre el juego a otro gran tema.

Elvira está sentada en un banco de plaza Almagro y mira cómo un grupo de adultos se junta alrededor de una de las mesas donde están dibujadas tablas de ajedrez. “No puedo hacer como los otros viejos. En el verano vendí pan dulce, me decían: ´¡Está espectacular!´. El fin de semana pasado un chico me dio mil pesos. Qué vergüenza. Yo vengo acá a vender lo que hago, no a pedir plata. Qué vergüenza”, repite y se tapa los ojos con las manos.

Después pregunta si le van a sacar fotos y muestra el vestido con el que se acercó a la plaza a hablar con LA NACION. “Me puse este que es viejito, pero lindo. Me queda grande porque estoy cada vez más flaca. Debería ir al médico a que me controlen que no haga metástasis. Nunca tienen turnos y si me piden más remedios… no sé qué haría para comprarlos”, dice y se preocupa porque frunce el ceño y baja la mirada.

Lo que consumen los adultos mayores es diferente a lo que consume un adulto o un joven, detalla Donza. Los remedios son gran parte de su canasta básica que de acuerdo con la Defensoría de la Tercera Edad, a marzo de este año llegó en total a los $685.041. Solo los remedios, y según datos de la Confederación Farmacéutica Argentina (COFA), aumentaron el 100% entre diciembre de 2023 y el primer mes de 2024.

Tiene 87 y vende artesanías en la calle

María Inés está por cumplir 88 años y vende pequeños muebles de madera para casas de muñecas en la vereda de un banco del centro porteño. Los aprendió a hacer mirando suplementos de diarios.

“Lo hago porque no me alcanza la jubilación para comer. Esa plata la uso para los remedios de mi hijo que tiene depresión mayor resistente al tratamiento, dice el psiquiatra”, se lamentaba desde un video que subió a sus redes sociales Pablo Esposito, quien es conocido por haber participado de la edición 2007 de Gran Hermano y hoy realiza tareas solidarias. Gracias a visibilizar su historia, María Inés pudo pagar los medicamentos del mes para su hijo, aunque sigue haciendo sus artesanías para vender.

Ya se hace tarde en la plaza de Almagro y Elvira dobla las batitas prolijamente para guardarlas en su caja de cartón.

—¿Qué harías si no tuvieses que salir a vender estas batitas?

”Creo que me quedaría en mi casa más tiempo. Me cansa salir. Aunque… quizás me iría al Palacio de la Papa Frita y me pediría una porción de esas que son infladas y un bife de chorizo”, contesta Elvira después de pensarlo un rato y se ríe.

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