River ganó con autoridad por la Sudamericana

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Alario
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El Millonario le ganó 2 a 0 a Liga de Quito, en el Monumental, por el partido de ida de los octavos de final.








 

Parece que este River que venía aletargado, con la cuerda competitiva un par de puntos por debajo de lo que lo distinguió en estos tiempos de prosperidad, necesitaba estímulos renovadores, algo que le devolviera parte de la motivación que había entrado en stand by. Las novedades que recibió temprano desde Suiza pueden haber funcionado como ese clic, una de esas inyecciones de optimismo que refrescan la cabeza y destraban las ideas. No porque su versión de anoche merezca un lugar entre las más lujosas del ciclo de Gallardo, pero sí en comparación con el equipo que desde aquella semana de las dos coronaciones se estancó en una hibridez a la que costaba detectarle las causas.

El Muñeco, por franqueza y por la evidencia irrebatible, venía admitiendo esa necesidad de recuperar al River campeón (campeón en un sentido que trascendía esa cosecha de títulos). Lo cual en el fútbol, un juego movido como pocos por la motivación, nunca es fácil ni procede de una fórmula científica. Hay que probar, equvocarse, volver a probar.

La Copa Sudamericana representa para los millonarios una referencia sentimental fuerte. Fue, el año pasado, el punto de partida de un recorrido que ya figura en la mejor historia del club. Como escenario, también operaba como un buen aliciente. El contexto positivo se completó con el rival ideal, uno que le permitió a River jugar con la comodidad del que sabe que no será molestado y puede liberar su energía creativa. Cuesta reconocer en esta Liga de Quito a aquel equipo que hace pocos años se ganó buena fama por su astucia para hacer valer un estilo inclasificable pero efectivo, bien con la impronta del Patón Bauza. De aquello, esta versión de Luis Zubeldía sólo mantuvo el instinto de supervivencia. "River es, de lejos, el mejor de América", había dicho un par de días antes el técnico argentino; por lo visto anoche, lo que quiso ser un gesto de reconocimiento tuvo un efecto nocivo en jugadores que salieron con la actitud de resistencia del que se siente inferior.
"River es, de lejos, el mejor de América". (Gallardo)

El River que venía ausente desde que volvió de Japón trabajó a partir de la idea madre que lo había conducido a esos logros: conexiones rápidas, circulación a ras del piso, intención de ser profundo por las bandas. No lo lograba siempre, pero los intentos erosionaban una defensa rival que no pintaba para aguantar mucho. Que Kranevitter -bien ubicado, de esos jugadores que por estampa consiguen el aplauso con facilidad- dispusiera de espacio era un buen comienzo. Desde ahí había intermitencias. Pisculichi era menos valioso en esos circuitos que en su pegada, y Bertolo compensaba cierta confusión con un esfuerzo que la gente le reconoció. Pero Alario y Mora estaban activos y peligrosos, y en lo que River no sabía cómo terminar lo ayudaba el frágil fondo ecuatoriano, que entraba en pánico con cada pelota cruzada al área.

En 20 minutos, el arquero Dominguez ya se había revolcado varias veces; no le alcanzó el empeño para impedir la gran definición de Alario -una buena jugada colectiva- en un gol que llegó por decantación. Era temprano y ya la gente de River encontraba lo que fue a buscar: una noche tranquila, que le permitiera recuperar el espíritu festivo y enrostrarle a Boca su optimismo. El aumento de intensidad que Liga intentó en el segundo tiempo nunca llegó a preocupar. Lo que faltaba, el gol para viajar a la revancha con la ventaja recomendable, llegó con un cabezazo de Mora cuando el equipo tenía su perfil más uruguayo ( Sánchez, Mayada, Viudez, además).

En un día de buenas noticias, River empezó a recobrar la energía de un pasado reciente que quiere conectar con lo que le espera a fin de año.

 

Fuente: La Nación.-
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