El “renunciamiento” de Gioja y el efecto camaleón

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El análisis político generalizado colocó a la decisión del Gobernador a la altura de los gestos altruistas de los grandes próceres. Por qué el anuncio fue vivido como un “hito en la historia” y no como el deber de acatar la Constitución. Estrategias camaleónicas en marcha y el arte de reinventarse a lo Terminator.  








Por Graciela Marcet 

Lo hizo por su salud y por su familia. Lo hizo para dar lugar a las nuevas generaciones de políticos o para proyectarse en las grandes ligas, como vice de Scioli.  Las palabras del discurso de José Luis Gioja fueron claras: su “renuncia” a una nueva candidatura a la gobernación respondió a motivos de generosidad personal y social, pero nunca a lo que le impone la Constitución que él mismo decidió reformar.

Después del anuncio, la mayoría de los análisis políticos y periodísticos no tuvieron otro camino que el de la exaltación del “gesto histórico de renunciamiento”, que colocó esta decisión a la altura de los grandes próceres latinoamericanos. Casi un San Martín renunciando a todos los cargos y poderes, después de liberar medio continente americano.

Así, sin ningún tapujo y sin ninguna voluntad de ajustarse a la coherencia que demanda la ley (o el archivo), se multiplicaron las voces que hablaron de la acertada decisión, situándola en el dorado marco de desprendimiento y abnegación, que implica el concepto de “renunciamiento”.  Y es aquí donde hay que establecer la primera diferencia. Yo también creo que es la resolución más correcta que podría haber tomado el gobernador, quien antes de anunciar su decisión “irrevocable”, había coqueteado abiertamente con la idea de un cuarto mandato. Pero lo que a muchos nos preocupa seriamente es que el deber de acatar la Constitución signifique una renuncia personal, tanto para él como para la mayoría de los sanjuaninos que aplaudieron esta determinación como si estuvieran presenciando la revolucionaria entrega de la corona de un rey a sus súbditos.

“Un hito en la historia de San Juan”, “una decisión que cambia todo”. Es cierto, la “renuncia” de Gioja no solo modifica los planes para el futuro sino también las estrategias que oficialistas y opositores comenzaron a ejecutar desde ya, ante la inminencia de las PASO. Pero que la “decisión personal” de soltar el poder después de doce años al frente de una provincia sea vivida como un cambio tan sobrenatural o un hito al estilo Muro de Berlín, no me parece signo de la salud de la democracia, sino un síntoma de exactamente lo contrario. Acostumbrados a depender de las decisiones coyunturales y estratégicas de gobiernos personalistas, los argentinos nos habituamos a creer que las leyes no tienen más peso que la voluntad circunstancial del líder y que las instituciones son solo un marco decorativo y no la estructura que rige los movimientos de todos.

 


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¡¿Y ahora qué?!

Esa fue la pregunta que desesperadamente se hicieron los "grandes analistas" de nuestra provincia. Ahora el proceso electoral deberá seguir su curso normal, con los candidatos de los distintos frentes. Y aunque no lo crean, ahora no se caerá el mundo, ni Dios mandará las siete plagas, enojado por el cambio de Gobernador.

Para quienes tenían alguna esperanza en que las estrategias del PJ quedaran expuestas en su esencia fluctuante –o sin eufemismos, acomodaticia-, lamento creer que también todo seguirá igual. Porque esa capacidad Terminator de reinventarse y salir bien parados hasta de sus propias incoherencias y fracasos es el gran valor que tantos argentinos admiran en el peronismo. Una característica que es elevada a una categoría de endiosamiento, en un país que aguanta cualquier malaria mientras le demuestren voluntad –y hasta exceso- de mando, pero que no perdona a los que muestran algún atisbo de duda, algo atribuido frecuentemente a los radicales pero que solo le ocurre a quienes al menos intentan seguir una misma línea.

Esa conducta de supervivencia que caracteriza al peronismo en momentos de crisis, tiene que ver con su habilidad para buscar lo que le falta en cada momento particular, para extender su dominio aún a costa de su identidad, como explica el escritor Juan José Becerra. Experto administrador del “efecto bandwagon”, que en castellano se traduce como el acto de subirse al carro del éxito, el peronismo “filtra el pasado y crea sus precursores” pero “no toma esta actividad como una humillación sino como un reacomodamiento interno en un cuerpo que siempre se mantiene en forma. Sólo que en ese cuerpo hay veces que manda el cerebro, otras el corazón y otras tantas el bolsillo”, sostiene este autor.

Conocedor de la esencia camaleónica del “Movimiento”, Becerra afirma que el peronismo se tiñe del color de la época porque es capaz de “orientarse hacia las privatizaciones como hacia la ampliación de los derechos laborales y sociales o el diseño de un Estado de control y vigilancia”. Y porque “no puede esperar su turno porque los tiene todos y porque en su interior tiene todos los partidos: el socialista, el demócrata, el republicano y el conservador”.

Es necesario decirlo: así como los peronistas terminan presos de los excesos que cometen en nombre de la gobernabilidad, los radicales y sus aliados ocasionales muchas veces quedan encerrados por la falta de “cintura política” o por los vicios que en ellos resultan imperdonables y en las gestiones de “mayor carácter” son entendidos como parte del repertorio del buen jugador. No queremos repartir palos indiscriminadamente para que se vayan todos. Ese no es el camino ni lo será nunca. Pero sí queremos ver en qué nos equivocamos cíclicamente los argentinos para salir, algún día, de esas trayectorias circulares.

Vuelvo entonces a la pregunta: ¿Y ahora qué? Ahora queremos escuchar hacia qué país nos quieren llevar y cómo podemos contribuir los ciudadanos. Queremos que las críticas sean interpretadas como aportes y no como palos en la rueda. Que los candidatos se olviden un poco del marketing y se acuerden más de las propuestas concretas para mejorar la sociedad. Que gasten menos tiempo en agredir al competidor directo, aquel al que llenarán de flores cuando terminen las PASO. Que dejen de subvencionar barrabravas para fines espurios, mientras se sorprenden de la corrupción de la FIFA. Que paren de gastar fondos en crear enemigos ficticios en las redes sociales y los inviertan en estudiar cómo administrar mejor los recursos. Que piensen cuánto puede aportar una persona a un puesto de trabajo y no cuántos votos se puede ganar con un baile por TV. Que la unión realmente haga la fuerza y no un armado que dure menos que la popularidad de De la Rúa. Queremos dejar de hacer cambios para que nada cambie y necesitamos empezar a creer que la política no es el anillo de Tolkien, que transforma y mancha a todo el que se mete en ella.

¿Es mucho pedir? ¿No lo merecemos? Aunque la profundidad de la corrupción nos juega en contra, la historia no solo nos muestra nuestros fracasos. También nos enseña que en este mismo país, hubo gente que logró lo impensado: usar los recursos más básicos para repeler las invasiones inglesas, cruzar la Cordillera a lomo de mula para librarse del yugo español, emerger después de los genocidios más terribles y reconstruirse después de las catástrofes más feroces. Los sanjuaninos también sabemos de eso. Gracias al trabajo del pueblo y a los avances de los distintos gobiernos, incluyendo los logros de los 12 años de Gioja, hoy estamos infinitamente mejor que en otros tiempos. Pero hay que hacerse cargo del deber de nuestra época, que hoy no pasa por donar dinero para cruzar la Cordillera o levantar a San Juan de los escombros, sino por eliminar la corrupción y cambiar la costumbre de la gente a aceptar cualquier manipulación del que "roba pero hace".
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