Halloween: mitos e historias de terror clásicas en San Juan

Testimonios de vecinos, un sacerdote y un vidente alimentan un universo de creencias donde la tradición oral sostiene lo que el paso del tiempo no logra borrar.

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Hoy es Halloween, una fecha que —aunque de origen extranjero— funciona como momento propicio para que vuelvan a circular las historias que forman parte del imaginario colectivo sanjuanino. Lejos de disfraces y calabazas, en la provincia las leyendas tienen nombre propio, ubicaciones precisas y protagonistas que dicen haber visto, escuchado o sentido algo que no pueden explicar. La transmisión es familiar, barrial, casi ritual: se relata en sobremesas, en veredas a la hora de la siesta y en los silencios de la noche.

Una de las historias más repetidas ocurre en la esquina de avenida Libertador y Lateral Oeste de Circunvalación, muy cerca de Casa de Gobierno. Allí hay una casa levantada hace más de seis décadas, que durante años fue conocida como “la casa del bebé que lloraba”. Vecinos aseguran que, aun cuando la vivienda parecía estar vacía, se escuchaba el llanto de un recién nacido. Incluso se llegó a afirmar que la propiedad se vendió por debajo del valor real debido a la mala fama que acumuló. “Yo era niño cuando pasaba por ahí y te advertían que si te portabas mal te iban a dejar en la casa embrujada”, recuerda el padre Rómulo Cámpora, que conoce estas historias como parte de la cultura popular. Hoy vive allí una familia y, según algunos vecinos, ya no sucede nada extraño. Para otros, la esquina conserva una energía particular que no pasa desapercibida.

En otro punto de la ciudad, sobre calle Urquiza cerca de Pedro de Valdivia, la versión habla de una mujer mayor que aparece por las noches sentada en la vereda, tejiendo. La paradoja que alimenta el mito es que la figura carecería de brazos. La casa se encuentra semivacía y deteriorada, lo que refuerza el relato. Algunos vecinos dicen haber visto sombras moverse detrás de la fachada o haber escuchado un sonido de agujas golpeando entre sí. Lo cierto es que el lugar quedó asociado a la idea de presencia y misterio, aunque nadie pueda comprobarlo.

Entre los mitos más arraigados figura La Pericana: una especie de bruja o criatura que “castigaba” a los niños que no dormían la siesta o que robaban uvas de las fincas. Durante buena parte del siglo XX, padres y abuelos utilizaban esa historia para mantener a los chicos dentro de la casa cuando el calor era intenso. “La Pericana es la bruja que anda… era una forma de que los chicos no fueran a los parrales”, explica Cámpora. El personaje trascendió la función disciplinaria y se transformó en símbolo cultural, transmitido de generación en generación.

Fuera de la ciudad, en el cerro El Villicum, en Albardón, y en zonas como Pedernal, en Sarmiento, se mencionan apariciones, ruidos y rituales nocturnos. Don Miguel, vidente y tarotista, sostiene que esos parajes suelen ser elegidos para “trabajos” relacionados con la envidia o los celos. “La gente que es envidiosa va a buscar que te vaya mal, y recurre a esas cosas”, afirma. Desde la mirada religiosa, Cámpora indica que a veces se encuentran objetos, velas o restos de animales que corresponden a rituales conocidos como macumba. Ambos coinciden en que estas prácticas existen y conviven con la vida cotidiana.

Otro fenómeno muy extendido en relatos rurales es el de la “luz mala”. Para quienes lo han contado, se trata de una luz que aparece y parece “seguir” al caminante en la noche. El sacerdote ofrece una explicación natural: la combustión del fósforo emanado por huesos de animales. Sin embargo, el componente emocional suele pesar más que la razón, y la luz continúa siendo parte del repertorio de historias que inquietan.

Incluso en espacios institucionales se registran relatos. Policías que trabajan de noche aseguran haber escuchado pasos en pasillos vacíos o gritos en celdas donde no había detenidos. Una anécdota repetida señala que durante una guardia en la Comisaría de Concepción siete efectivos fueron testigos de un alarido que, al intentar rastrear su origen, no tenía explicación física. Se cuenta en voz baja, entre café y silencio, como parte del paisaje nocturno que nadie admite del todo, pero tampoco descarta.

Para Don Miguel, la frase final resume todo: “Que las hay, las hay”. Cámpora, desde su mirada pastoral, insiste en la tranquilidad, la luz y la bendición como respuesta ante el miedo. Ambas miradas coexisten sin anularse. Las historias, en definitiva, sobreviven porque cumplen un rol: unir generaciones, marcar límites, asustar, divertir y, sobre todo, mantener viva una memoria compartida. En noches como esta, vuelven, se narran otra vez y se instalan, como siempre lo hicieron, en la voz de quien las cuenta.

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