Día del Bombero Voluntario: los héroes anónimos en San Juan

Cada 2 de junio se celebra en Argentina el Día del Bombero Voluntario. La fecha remite a una gesta ocurrida hace 141 años en el barrio porteño de La Boca y rinde homenaje a quienes, sin esperar nada a cambio, están siempre listos.

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La historia comenzó en 1884, cuando un voraz incendio amenazó con devorar un conventillo de madera construido con sobrantes de astilleros. En medio del caos, sin sirenas ni camiones hidrantes, un grupo de vecinos formó una cadena humana para combatir el fuego. Entre ellos estaban Tomás Liberti y su hijo Oreste, inmigrantes italianos que, junto a otros hombres del barrio, sentaron las bases del primer cuerpo de Bomberos Voluntarios del país. “Querer es poder” fue el lema que eligieron, y esa frase aún define el espíritu de quienes hoy integran este servicio en todo el territorio nacional.

Desde aquel gesto inicial, el movimiento creció hasta convertirse en una red de más de 1.100 asociaciones distribuidas en todas las provincias. Se estima que más de 58.000 personas forman parte del sistema: alrededor de 15.000 mujeres y 43.000 varones que se desempeñan como brigadistas, conductores, operadores de radio, rescatistas o aspirantes. Muchos de ellos actúan como respaldo esencial de los servicios oficiales, en incendios forestales, accidentes viales, rescates en altura, inundaciones y toda clase de emergencias.

En San Juan, el compromiso también tiene historia. Los cuerpos de bomberos voluntarios operan desde cuarteles ubicados estratégicamente para llegar antes que nadie cuando algo sucede. Si bien su accionar es clave, no siempre reciben el reconocimiento que merecen. Muchos deben organizar sus vidas entre trabajos formales y turnos de 24 horas para poder sostener una guardia activa. “Esto es un voluntariado, es decir, tenemos otras ocupaciones. Pero cuando hay una urgencia, todos estamos presentes y no sabemos cuándo volvemos”, cuenta un bombero del cuartel de Capital. “Para mí, ser bombero es un amor. Estoy casado con este oficio. Salvar una vida no tiene precio”.

La precariedad de recursos es un problema recurrente. Los equipos básicos suelen ser costeados por los propios voluntarios. Algunos recuerdan que en los comienzos apenas contaban con un par de camisetas que se turnaban para usar. “Por ser voluntarios no cobramos sueldo. Tenemos un seguro y una jubilación cuando nos retiramos. Por eso vendemos rifas o apelamos a la ayuda de los vecinos para poder comprar equipamiento. El que usamos no siempre es el más adecuado para enfrentar incendios o rescates complejos”, advierte Julio Mallea, referente de uno de los cuerpos locales.

En un contexto en el que se multiplican las emergencias climáticas y urbanas, la presencia de estos bomberos se vuelve indispensable. Tal vez ha llegado el momento de pensar formas más estables de colaboración, ya sea a través de programas de padrinazgo empresarial, aportes estatales o campañas solidarias organizadas por la comunidad.

Cada 2 de junio, el país celebra su existencia con actos, desfiles y palabras de agradecimiento. Pero lo que de verdad honra su tarea es tener presente que hay personas que eligen mirar de frente al peligro, avanzar hacia él y brindar ayuda sin pedir nada a cambio. Porque no cualquiera pone el cuerpo donde otros dudan en mirar. Porque no cualquiera elige salvar vidas como forma de vida.

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