El trauma de la transición
DestacadosPLANTA PERMANENTE
Incertidumbre, miedo, cambios bruscos y una ola de designaciones y despidos en el Estado son los signos de la forma traumática con la que nos acostumbramos a vivir el recambio de la dirigencia política.
Este mes anunciaron el pase a planta permanente más de 200 contratados del Estado Provincial.
POR GRACIELA MARCET. -
Durante 2015, cientos de personas que trabajaban para el Estado Provincial como contratadas obtuvieron el anhelado pase a planta permanente. Lo mismo pasó en distintos municipios y, mientras estos trabajadores, sus familias y gran parte de la población celebraban la medida destinada garantizar la estabilidad laboral, la “inclusión y la justicia social” como dijo el gobernador Gioja, muchos también criticaron la decisión por considerarla una estrategia incorrecta de captación de votos en tiempos de campaña.
Una vez que las urnas dieron su veredicto y en los casos en que no alcanzó con haber agotado los recursos económicos en propaganda, regalos, promesas o amenazas para entrar, permanecer o salir del sistema, algunos jefes comunales comenzaron a jugar una carrera contrarreloj para hacer un poco de limpieza y tratar de dejar las “finanzas ordenadas”. Con ese afán, más de uno sorprendió a los contratados de su municipio con despidos anticipados, en un intento desesperado por mejorar los números que daban en rojo. De un plumazo, los puestos que en su momento fueron promocionados como lugares clave para el crecimiento de cada departamento, ya no fueron necesarios por obra y gracia del carpetazo. El mismo destino tuvieron algunos proyectos y obras que se estaban desarrollando bajo el impulso de un plan “integral pensado para el futuro”, hasta que el futuro se acortó rápidamente y les puso como límite el 10 de diciembre.
Pese a ser de la misma gestión, funcionarios de Lima no saben qué pasará con su continuidad en la gestión.
“Así es la democracia y así funcionan los puestos políticos” explican con cara de póker quienes no tienen reparos en desarmar proyectos y despedir a sus subalternos para cubrirse las espaldas mientras hacen el lobby correspondiente para mutar hacia otro lugar de poder, en el que piensan reeditar el ciclo una y otra vez. Así, sin más, vuelven a pedir la confianza de la gente y del líder de turno con el pretexto infalible de servir como alfiles a “las necesidades del proyecto”. Por lo visto, estamos en frente de un proyecto muy caprichoso que no pide defender las empresas que se arman y se sostienen durante cuatro años. Por el contrario, se apura a dar la orden del sálvese quien pueda cuando las papas queman, en el bendito momento en que finalmente cae la ficha de que el poder no es para siempre.
Lo curioso y triste del caso es que la transición no solo es vivida de forma traumática en las gestiones que se anticipan a un cambio rotundo de color político. El miedo, los manotazos de ahogado y la infaltable amenaza sobre los males que se desencadenarán cuando lleguen “los otros” están presentes también en los sitios en los que el que viene pertenece a la misma facción del que se va. “Si hubiera una política de Estado, a esta altura ya tendríamos que saber qué pasará cuando termine esta gestión y cuál será la programación de los próximos meses” dijeron las autoridades de Cultura de la Municipalidad de la Capital durante la última actividad bajo la conducción Lima. En un claro pase de factura, cuestionaron la “falta de continuidad” en estas cuestiones, mientras los asistentes escuchaban desconcertados los discursos de una ceremonia que ilustraba fielmente la tensión con la que atravesamos el cambio. Y mientras los palos iban y venían, me preguntaba si las caras incómodas de los oyentes escondían mi pensamiento: Marcelo Lima, la figura alabada en tal ocasión por promover la cultura en el departamento, ¿no es la misma que ahora cumplirá con las funciones de vicegobernador? El intendente electo para la Capital ¿no aparecía en la misma boleta del FPV, a centímetros de Lima? Si no hay continuidad entre proyectos y funcionarios afines ¿qué nos queda cuando la renovación trae a la esfera pública propuestas verdaderamente diferentes?
“El peronismo es un movimiento vivo y dinámico y eso explica todas nuestras diferencias” aseguran rápidamente los que no saben cómo disfrazar las peleas que trascienden el comité y exponen ante todos que las rencillas personales se imponen más de una vez al proyecto que en teoría los guía a sol y a sombra.
Quizás sea también la dinámica de ese movimiento la que lleve a los que perdieron en las elecciones, o temen perder su puesto con Uñac, a salir de la comodidad de sus oficinas para mostrarse activos y necesarios, con la esperanza de salir del limbo en el que los puso la transición. Dante Elizondo, Daniel Molina y Felipe Saavedra ocupan el podio de los funcionarios que pululan por actos, inauguraciones y copetines, con la fantasía de que una sonrisa más amplia en la TV pueda hacer olvidar las acciones u omisiones que tuvieron durante una década en el poder.
Después de tantas veces que votamos durante el año, los argentinos aún debemos participar de la decisión final. Y aunque en la provincia el escenario ya esté resuelto, todavía es mucho lo que puede cambiar en función del ballotage. Con los ojos puestos en el 22 de noviembre, las campañas a favor de cada candidato se multiplican en los sectores públicos y privados, trayendo a San Juan la versión prefabricada de la lucha entre la lógica del cambio superador de la inestabilidad y los vicios actuales versus la continuidad que garantizaría las obras, conquistas y proyectos en marcha.
La Asociación Civil por la Igualdad y la Justicia (ACIJ) Y Poder ciudadano lanzaron la campaña “Que no te pongan la camiseta”, con el objetivo de impedir que los empleados públicos sean explotados en actos de campaña.
Más allá de los augurios fanáticos y de la veracidad de cada slogan, no sabemos quién resultará ganador ni por qué porcentaje. No conocemos qué grado de legitimidad tendrá el presidente electo ni quiénes serán todos los que se encolumnen convenientemente con el presidente o pretendan transformarse en líderes de la oposición. No sabemos qué sucederá realmente si gana Scioli o gana Macri o si ambos encararían gestiones similares con diferencias mínimas en el estilo. Y son todas esas grandes incógnitas las que generan la única certeza que tenemos hasta el momento: el pánico con el que los argentinos, desde La Quiaca hasta Ushuaia, vivimos la transición entre un gobierno y otro, aun cuando el recambio se produzca entre miembros de un mismo equipo político. Chicanas, amenazas, despidos, designaciones arbitrarias y hasta ilegítimas, gastos desproporcionados e injustificados y llamados conminatorios a participar de movilizaciones a favor de un candidato para no perder el trabajo, se hicieron parte en estos años de una lamentable cultura de supervivencia salvaje en el poder, que intencionadamente es confundida con la natural “tradición democrática” que corresponde a la renovación de las autoridades.
Cuánto nos falta para entender que renovar no es destruir todo lo que se hizo antes para minarle el campo al que toma la posta o para limpiar un pasado non sancto en la administración pública. Cuánto tenemos que aprender para votar sin chantajes y para colaborar con el que venga, sea del color que sea. Cuánto nos falta para construir una verdadera cultura democrática, en la que el recambio no signifique el apocalipsis sino una buena oportunidad para corregir el rumbo. Esta vez no pudimos y, llevados por la marea de ese caos, tampoco quisimos quedarnos afuera de la pelea. Ojalá no tengan que pasar tantos años para aprender que una competencia electoral tiene reglas, códigos y objetivos que la diferencian de una riña de gallos. Porque cuando termina el show hay que seguir viviendo y cuánto mejor sería hacerlo sin tantos golpes.
Este mes anunciaron el pase a planta permanente más de 200 contratados del Estado Provincial.
POR GRACIELA MARCET. -
Durante 2015, cientos de personas que trabajaban para el Estado Provincial como contratadas obtuvieron el anhelado pase a planta permanente. Lo mismo pasó en distintos municipios y, mientras estos trabajadores, sus familias y gran parte de la población celebraban la medida destinada garantizar la estabilidad laboral, la “inclusión y la justicia social” como dijo el gobernador Gioja, muchos también criticaron la decisión por considerarla una estrategia incorrecta de captación de votos en tiempos de campaña.
Una vez que las urnas dieron su veredicto y en los casos en que no alcanzó con haber agotado los recursos económicos en propaganda, regalos, promesas o amenazas para entrar, permanecer o salir del sistema, algunos jefes comunales comenzaron a jugar una carrera contrarreloj para hacer un poco de limpieza y tratar de dejar las “finanzas ordenadas”. Con ese afán, más de uno sorprendió a los contratados de su municipio con despidos anticipados, en un intento desesperado por mejorar los números que daban en rojo. De un plumazo, los puestos que en su momento fueron promocionados como lugares clave para el crecimiento de cada departamento, ya no fueron necesarios por obra y gracia del carpetazo. El mismo destino tuvieron algunos proyectos y obras que se estaban desarrollando bajo el impulso de un plan “integral pensado para el futuro”, hasta que el futuro se acortó rápidamente y les puso como límite el 10 de diciembre.
Pese a ser de la misma gestión, funcionarios de Lima no saben qué pasará con su continuidad en la gestión.
“Así es la democracia y así funcionan los puestos políticos” explican con cara de póker quienes no tienen reparos en desarmar proyectos y despedir a sus subalternos para cubrirse las espaldas mientras hacen el lobby correspondiente para mutar hacia otro lugar de poder, en el que piensan reeditar el ciclo una y otra vez. Así, sin más, vuelven a pedir la confianza de la gente y del líder de turno con el pretexto infalible de servir como alfiles a “las necesidades del proyecto”. Por lo visto, estamos en frente de un proyecto muy caprichoso que no pide defender las empresas que se arman y se sostienen durante cuatro años. Por el contrario, se apura a dar la orden del sálvese quien pueda cuando las papas queman, en el bendito momento en que finalmente cae la ficha de que el poder no es para siempre.
Lo curioso y triste del caso es que la transición no solo es vivida de forma traumática en las gestiones que se anticipan a un cambio rotundo de color político. El miedo, los manotazos de ahogado y la infaltable amenaza sobre los males que se desencadenarán cuando lleguen “los otros” están presentes también en los sitios en los que el que viene pertenece a la misma facción del que se va. “Si hubiera una política de Estado, a esta altura ya tendríamos que saber qué pasará cuando termine esta gestión y cuál será la programación de los próximos meses” dijeron las autoridades de Cultura de la Municipalidad de la Capital durante la última actividad bajo la conducción Lima. En un claro pase de factura, cuestionaron la “falta de continuidad” en estas cuestiones, mientras los asistentes escuchaban desconcertados los discursos de una ceremonia que ilustraba fielmente la tensión con la que atravesamos el cambio. Y mientras los palos iban y venían, me preguntaba si las caras incómodas de los oyentes escondían mi pensamiento: Marcelo Lima, la figura alabada en tal ocasión por promover la cultura en el departamento, ¿no es la misma que ahora cumplirá con las funciones de vicegobernador? El intendente electo para la Capital ¿no aparecía en la misma boleta del FPV, a centímetros de Lima? Si no hay continuidad entre proyectos y funcionarios afines ¿qué nos queda cuando la renovación trae a la esfera pública propuestas verdaderamente diferentes?
“El peronismo es un movimiento vivo y dinámico y eso explica todas nuestras diferencias” aseguran rápidamente los que no saben cómo disfrazar las peleas que trascienden el comité y exponen ante todos que las rencillas personales se imponen más de una vez al proyecto que en teoría los guía a sol y a sombra.
Quizás sea también la dinámica de ese movimiento la que lleve a los que perdieron en las elecciones, o temen perder su puesto con Uñac, a salir de la comodidad de sus oficinas para mostrarse activos y necesarios, con la esperanza de salir del limbo en el que los puso la transición. Dante Elizondo, Daniel Molina y Felipe Saavedra ocupan el podio de los funcionarios que pululan por actos, inauguraciones y copetines, con la fantasía de que una sonrisa más amplia en la TV pueda hacer olvidar las acciones u omisiones que tuvieron durante una década en el poder.
Después de tantas veces que votamos durante el año, los argentinos aún debemos participar de la decisión final. Y aunque en la provincia el escenario ya esté resuelto, todavía es mucho lo que puede cambiar en función del ballotage. Con los ojos puestos en el 22 de noviembre, las campañas a favor de cada candidato se multiplican en los sectores públicos y privados, trayendo a San Juan la versión prefabricada de la lucha entre la lógica del cambio superador de la inestabilidad y los vicios actuales versus la continuidad que garantizaría las obras, conquistas y proyectos en marcha.
La Asociación Civil por la Igualdad y la Justicia (ACIJ) Y Poder ciudadano lanzaron la campaña “Que no te pongan la camiseta”, con el objetivo de impedir que los empleados públicos sean explotados en actos de campaña.
Más allá de los augurios fanáticos y de la veracidad de cada slogan, no sabemos quién resultará ganador ni por qué porcentaje. No conocemos qué grado de legitimidad tendrá el presidente electo ni quiénes serán todos los que se encolumnen convenientemente con el presidente o pretendan transformarse en líderes de la oposición. No sabemos qué sucederá realmente si gana Scioli o gana Macri o si ambos encararían gestiones similares con diferencias mínimas en el estilo. Y son todas esas grandes incógnitas las que generan la única certeza que tenemos hasta el momento: el pánico con el que los argentinos, desde La Quiaca hasta Ushuaia, vivimos la transición entre un gobierno y otro, aun cuando el recambio se produzca entre miembros de un mismo equipo político. Chicanas, amenazas, despidos, designaciones arbitrarias y hasta ilegítimas, gastos desproporcionados e injustificados y llamados conminatorios a participar de movilizaciones a favor de un candidato para no perder el trabajo, se hicieron parte en estos años de una lamentable cultura de supervivencia salvaje en el poder, que intencionadamente es confundida con la natural “tradición democrática” que corresponde a la renovación de las autoridades.
Cuánto nos falta para entender que renovar no es destruir todo lo que se hizo antes para minarle el campo al que toma la posta o para limpiar un pasado non sancto en la administración pública. Cuánto tenemos que aprender para votar sin chantajes y para colaborar con el que venga, sea del color que sea. Cuánto nos falta para construir una verdadera cultura democrática, en la que el recambio no signifique el apocalipsis sino una buena oportunidad para corregir el rumbo. Esta vez no pudimos y, llevados por la marea de ese caos, tampoco quisimos quedarnos afuera de la pelea. Ojalá no tengan que pasar tantos años para aprender que una competencia electoral tiene reglas, códigos y objetivos que la diferencian de una riña de gallos. Porque cuando termina el show hay que seguir viviendo y cuánto mejor sería hacerlo sin tantos golpes.
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