El empresario falleció el sábado por la noche en un bar de la capital, en presencia de su hermano y sobrino. Las redes sociales se llenaron de mensajes de condolencia
Sobrevivió a una tragedia, fue amputada y su esposo murió: la lucha de Antonella por sus hijas
La joven de 26 años estuvo en el derrumbe en el club Bahiense del Norte, donde murieron 13 personas. A través de una colecta, juntó casi $24 millones para la prótesis que necesitaba. Hoy reconstruye su vida junto a sus nenas de 8 y 4 años.
Diario MóvilAntonella Huilipan (26) lleva las marcas de la tragedia en el cuerpo y en el alma. Los flashes de aquella tarde la visitan seguido: se le aparecen en los sueños, en cada obstáculo superado, en cada vez que abraza a sus hijas. El 16 de diciembre del año pasado, cuando un temporal derrumbó una pared entera del club Bahiense del Norte y mató a 13 personas, Antonella se convirtió para siempre en una sobreviviente.
Cinco días más tarde despertó en el hospital con una noticia: había sufrido la amputación de su pierna izquierda y su esposo, Bryan Ortega (26), era una de las víctimas fatales. Mientras empezaba a procesar un dolor indeleble, Antonella entendió que la vida le había dado una nueva oportunidad y que debía seguir adelante por ella, por Cata (8) y por Roma (4), frutos de su historia de amor con Bryan.
En los últimos días, Antonella fue noticia por haber reunido en apenas una semana los casi $24 millones necesarios para comprar la prótesis que le permitirá recuperar la rutina que llevaba hasta la tragedia: su trabajo como peluquera, la crianza de sus hijas, manejar, andar en bicicleta.
“Cuando me llegó el presupuesto, con una cierta cantidad de días para poder comprar la prótesis sin que se moviera el precio, lo primero que pensé fue que era inalcanzable. Ni vendiendo mi casa y mi auto podía juntar esa cifra. Entonces, se nos ocurrió con mi kinesióloga y unos compañeros hacer una colecta”, cuenta Antonella a TN. “El tema era que casi no había margen: debía entregar al menos el 60% del total en unos días para acceder a la prótesis”.
Era una carrera contra el tiempo y Antonella sentía la necesidad de ganarla. Cualquier otro escenario suponía riesgos para su calidad de vida y, por ende, la de Cata y Roma. “El 30 de enero me dieron el alta y a la semana me llamaron del Banco de Prótesis de Bahía Blanca. Me hicieron llenar unos papeles y me dijeron que en dos o tres meses la prótesis iba a estar lista. En ese momento pensé que tenía que meterle con todo a la rehabilitación para estar preparada en ese lapso. Hasta que un día, la traumatóloga me dijo que en el Banco de Prótesis estaba todo trabado”, recuerda.
Falta de insumos como consecuencia de la escasez de dólares y otras yerbas minaban la voluntad y la paciencia de Antonella, que ya lidiaba con la convalecencia y el duelo. “Ese día pensé en que ya llevaba cinco meses sentada en una silla de ruedas y que no podía esperar un año, como me decían. Necesitaba recuperar mi vida, mi trabajo, atender a mis hijas”, detalla la joven, originaria de Puerto Madryn.
Con una angustia que le apretaba el pecho, aunque con la fortaleza suficiente y el convencimiento del camino a seguir, Antonella visitó al ortopedista para conocer la distancia que la separaba de una nueva vida. En otras palabras, saber cuánto dinero costaba la prótesis y -especialmente- si podría hacerse cargo ella misma de los gastos, pese a no contar con cobertura médica.
“El ortopedista me evaluó y fue eligiendo los componentes. La iba armando en función de todo lo que yo hago. Ahí supe que mi nivel de prótesis era K4, que corresponde a una persona joven y que hace varias actividades”, sitúa.
Unos días después, Antonella conoció el número que empezó a rondar su cabeza desde entonces: $23.790.000. “Me parecía imposible llegar. Pensé ‘listo, me quedo de por vida de una silla de ruedas’”, evoca, y sigue: “Había otras alternativas más baratas, pero que no me iban a garantizar una buena calidad de vida. La prótesis me tiene que durar toda la vida. No es algo que uno pueda cambiar año tras año”.
Fue entonces que surgió la idea de la colecta. “Empecé a contactar a periodistas y, después de varias notas en medios de acá, de Madryn y de Viedma, apareció el municipio de Bahía para decirme que podían resolver la situación en unos cuatro meses. Pero yo no podía esperar. En realidad, no podía arriesgarme a que el precio se disparara y luego me dijeran que no podían ayudarme”, menciona.
“Ya conocía la experiencia de una compañera que dos meses antes había comprado una prótesis similar a la que yo necesitaba, y le había costado $5 millones. En unas semanas, el valor se había quintuplicado”, profundiza.
Antonella comprobó que la solidaridad es un poder sin barreras: en los tres días posteriores a la apertura de la cuenta, ya había juntado 10 millones. Se conmovió también con historias de personas comunes que se habían conmovido con la suya.
“Hubo gente que se acercó hasta mi casa y me decía que solo querían conocerme y darme un abrazo. Ahí conocí la historia de una chica a la que habían podido salvarle su pierna afectada por un cáncer, pero la enfermedad ya estaba en una fase terminal. Me dijo: ‘Yo quiero irme de este mundo sabiendo que ayudé a alguien’, y me regaló su prótesis”, cuenta.
Y continúa: “Más allá de que no era una prótesis que cubriera debajo de la rodilla como yo necesitaba, su gesto me hizo entender que si bien yo me desperté con una pierna menos, sin mi marido y teniendo que hacerme cargo de dos hijas pequeñas, estaba siendo desagradecida con la vida. Escuchaba a esa chica y sentía eso. A mí me pasó de estar muy grave y que mis padres entraran a la terapia intensiva a despedirse de mí. Me pasó de irme y volver, de entrar al quirófano muchas veces. Pero estoy viva”.
Antonella también conoció a una mujer cuya hija había muerto en Bahiense del Norte. “Me contó que sus dos nietos quedaron solos con el yerno. Una historia parecida a la mía, pero al revés. Me quedé helada. La señora me agarraba la mano y lloraba. ‘Te miro a vos y veo a mi hija’, me decía”, retrata. “Conocí varias historias que me tocaron el corazón y me dieron fuerzas -agrega-. Me hicieron ver que no todo estaba perdido”.
Antonella y los ecos del horror: “Flaca, aguantá por favor”
Aquella tarde de sábado, en Bahiense del Norte se iba a realizar una competencia de patín. “Mis dos hijas iban al club y llegamos los cuatro. No hice más que sentarme en la tribuna, sacarle una foto al telón y a otras cosas que había colocado mi marido. Guardé el teléfono y se escuchó la bomba, como le digo yo. No habían pasado ni cinco minutos de nuestra llegada”, recuerda.
Antonella sufrió fracturas en la columna vertebral, pelvis, clavícula, tibia y peroné. “Ese día, el papá quería estar con las nenas un rato en la tribuna. Le dije no, que ellas se fueran directo al vestuario. Creo que tuve un Dios aparte: eso las salvó”, remarca.
Entonces, el desastre: “Sentí un ruido, miramos para atrás y, antes que pudiéramos reaccionar, ya teníamos los escombros encima”.
Entre recuerdos que aparecen borrosos en su mente, Antonella detalla que Bryan la empujó hacia su derecha, y que esa última reacción de su marido la salvó a ella: “Si no me hubiera empujado, yo no estaría ahora hablando con vos”.
“Se cortó la luz y se escuchaban gritos, pedidos de ayuda, chicos llorando. Estuve consciente 15 minutos y solo podía pensar en mis hijas. Después me desvanecí”, detalla.
Antonella estuvo varias horas bajo de los escombros y en un momento recuperó la conciencia: “‘Flaca, aguantá, por favor’, me decía un rescatista mientras tironeaba para sacarme. Miré para el cielo cuando me sacaron y vi todo negro. Sentía el agua en la cara cuando me llevaban en la camilla”.
Ya en el hospital, sufrió dos paros cardiorrespiratorios: ”Me fui 10 minutos, pero una médica me salvó. Cuando desperté, me dijo que me vio muy joven y que se había enterado de que era mamá de dos nenas chiquitas. Y fue como si eso hubiera sido un poder para salvarme. ‘Estaba convencida de que no tenía que parar de hacerte RCP’, me decía”.
Mientras intenta acostumbrar sus movimientos a la prótesis, Antonella sigue con tratamiento psicológico, toma pastillas para dormir y sufre cada vez que llueve: “Me pasa de estar tomando mate, mi cabeza se pone en blanco y escucho esa ‘bomba’. Es como si reviviera lo que pasó, pero sé que soy fuerte y voy a salir adelante”.
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