Yo tomo, tú tomas: La discusión sanjuanina más hipócrita

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Cheboli
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Como pasa dos o tres veces al año, algunos medios retomaron el famoso tema de “los jóvenes y el alcohol”. Moneda corriente no solo temáticamente, sino en su trillado tratamiento. La reflexión debe ser más profunda y a esta altura, encarar por caminos menos tradicionalistas. Sobre todo menos hipócritas. 




 



“Dónde están los padres” “Por qué venden alcohol los dueños de los boliches” “Los jóvenes están perdidos” “las chicas toman a la par de los varones” “Defecan en las veredas”.

Cualquiera que lea esta sarta de comentarios y sea conocedor de la noche o simplemente, “joven”, sentiría un profundo rechazo ante las “lavadas de mano” de quienes se creen adultos y hablan desde la más despreciable hipocresía. Hablar de la gloriosa juventud como un objeto de laboratorio, raro, siniestro y “perdido” es aún más irresponsable.

La industria de la noche está impregnada de un sinfín de factores negativos, claro, muy parecido a las mafias que hacen a la política, la Policía, inclusive los medios de comunicación, o cualquier institución. Hablar tan livianamente de “los dueños de boliches” o de “los jóvenes” resulta hipócrita, primero, cuando muchos de los adultos que critican viven de sus bolsillos y sus borracheras.

Un ejemplo claro son los recitales o las fiestas, y allí no oímos a nadie quejarse por la venta de alcohol o por los jóvenes “ebrios” que orinan las puertas de las casas y sus dueños tienen que usar 30 litros de cloro semanales para limpiar. Nuestro sentido pésame para ese señor, porque la responsabilidad es de TODOS, porque construimos desde esa hipocresía el sistema contradictorio en el que vivimos con cincuentones criticando puertas adentro mientras consumen Whisky.

Es hora de ver un poco más allá, o quizás un poco más acá. Muchos vecinos de las zonas de bares o bolicheras, o dueños de locales, presentan denuncias o exposiciones de forma permanente por las molestias ocasionadas por la concurrencia de los boliches cuando salen de ellos. “Defecan, orinan, vomitan, dejan alcohol”. Eso, no es nada comparado con los accidentes de tránsito que propicia el amigo etílico.

Verdad que las consecuencias se sienten. Seguramente, una mentira horrible que defecan (por Dios que ahora los jóvenes son criaturitas del Señor que defecan las veredas).

El vecino acusa al dueño del boliche, a los “jóvenes”, a sus padres, el periodista busca apoyo del vecino para acusar a todos ellos y para lanzar comentarios tan absurdos como “ahora las mujeres toman a la par de los varones”. ¿Quién dijo que antes no? El escándalo de conventillo se resume en quién es superior para opinar del otro y determinar culpables en la película.

¿Vamos a detenernos a discutir sobre las consecuencias del alcohol en estos términos? ¿Seguiremos reproduciendo discursos mediocres y cerrados, para nada conducentes?

Lo que pasa es que los sanjuaninos tenemos el pecho demasiado frío para hacernos cargo. Ese mismo vecino que tiene un local o su casa al lado del boliche y se queja, el periodista que habla de los jóvenes como malos bichos. Nosotros, todos. Tenemos que empezar por aceptar que la discusión sobre las consecuencias del alcohol va por otro lado y reflexionar sobre cómo cuidarnos y cuidar a los otros.

Que somos irresponsables, que somos inmaduros, que somos el futuro, que somos gay, que somos borrachos, que somos “buenos chicos”. Ay basta. Aplaudo a quienes no se olvidan que fueron jóvenes a pesar de saberse sin retorno.

Yo soy “joven”. No llevo la cuenta de la cantidad de veces que volví en estado de ebriedad a mi casa, y alguna que otra vez hice un papelón. Y no me enorgullezco, pero déjenme decirles: ni mis padres, ni el dueño del boliche ni el periodista ni las maestras de jardín de infantes, son los culpables.

 
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