Donald y gas pimienta en el país de la joda

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En pleno apogeo de la cultura del vale todo, el deporte argentino se destaca por su violencia y San Juan da risa por la falta de transparencia del Poder Judicial. El éxito de la escuela del mundo al revés y la necesidad del cambio.






Ilustración de OSHI sobre "El reino del Revés" de María Elena Walsh.

 

Por Graciela Marcet

En la Argentina, reino del revés por excelencia, los espectáculos futbolísticos no son encuentros para disfrutar de la belleza del deporte sino el lugar donde la violencia se disfraza de broma y las peores maniobras son ejecutadas desde los piolines del poder político y económico. Quienes aparecen en los medios alzando la bandera de lucha contra la trata se benefician del dinero sucio de la explotación laboral y sexual. El combate a los buitres y capitales transnacionales se logra a través de leyes que entregan los recursos naturales por dos pesos y el cuidado del medioambiente se garantiza con los procedimientos validados por las mismas empresas que dejaron el tendal en los países que se lo permitieron.

En San Juan, provincia fiel al estilo nacional, el Poder Judicial ya no está para impartir justicia sino para hacer reír. La “transparencia” de los concursos para acceder a cargos del Estado no se basa en un orden de mérito sino en listas irrisorias y entrevistas personales, que permiten elegir a los postulantes según la cara del cliente. La Constitución no fue escrita para ser respetada por los gobernantes sino para su reforma o interpretación según la necesidad de reelección del momento. La alternancia en el poder ya pasó de moda y la provincia podría desaparecer si cualquier otra persona asume la gobernación.

“Si Alicia renaciera en nuestros días, no necesitaría atravesar ningún espejo: le bastaría con asomarse a la ventana” escribía hace casi 20 años el genial Eduardo Galeano en su libro “Patas arriba. La escuela del mundo al revés”. Una escuela que si bien es el signo de los tiempos del mundo y el gran dolor de Latinoamérica, parece tener su sede central en la Argentina, con alumnos que sacan 10 en Introducción a la Corrupción, Lógica Goebbeliana, Taller de Barrabrava II y Teoría Aplicada de Hacete Amigo del Juez.


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Los memes sobre la situación tragicómica del Poder Judicial de San Juan no tardaron en esparcirse por las redes sociales.

 

La mezcla de temas parece una catarsis poco útil, fruto del arte argentino de la queja por la queja misma. Pero esta sensación de mareo y desconcierto ante múltiples sucesos es la que muchos tenemos en los últimos tiempos, cuando un hecho terrible o bizarro se superpone al anterior y la catarata de noticias inclasificables termina por anestesiar nuestra capacidad de reacción. Aunque la contaminación informativa pueda explicarse por la guerra mediática que algunos grupos de poder libran contra el gobierno, la verdad es que ni el afán más destructivo de un medio o empresa alcanza para visibilizar la totalidad de contradicciones, crímenes y bochornos que en la realidad se dan en nuestro país.

Tal es el grado del éxito de este modelo en San Juan, que la poca seriedad con que se maneja el Poder Judicial fue presentada como un “signo de transparencia”, y celebrada como “un motivo de risa para la provincia”, en palabras del encargado de prensa de la Corte de Justicia, Pablo Henríquez. Y es cierto. Todos nos reímos con la presencia del Pato Donald en la lista de postulantes para ingresar al Poder Judicial. Pero es esa reacción generalizada la que muestra cuán acostumbrados estamos a la burla desde el poder, a tomarnos el pelo entre nosotros mismos y a tratar de burlar al organismo en el que de todas formas no creemos.

Todo es joda y no vale enojarse, aún cuando descubramos que no es un show para un programa de televisión. Todo es burla, aún cuando la consecuencia sea impedir que lleguen los más idóneos a los cargos públicos que tienen influencia directa en nuestras vidas. O cuando el remate del chiste signifique quemar a un deportista. Lo peor de todo, ya nos dimos cuenta, es que nunca terminamos de saber si la joda es de un loquito ocasional o una burla de los mismos organismos creados para proteger nuestros intereses. No sabemos si reír o llorar. Si pelear con el familiar que se lo toma en broma, discutir con el amigo que apoya la violencia o terminar creyendo que el más sabio es el indiferente. No sabemos si decir algo para ayudar al burlado o callar por miedo a que nos pase lo mismo.

No saber qué sentir, qué hacer o qué pensar. Esa parece ser la mayor enseñanza de la escuela de la que hablaba Galeano, aquella en que la injusticia es ley natural y que premia al revés, al despreciar la honestidad, recompensar la falta de escrúpulos y alimentar el canibalismo. Una escuela que en San Juan crea injusticia en la Justicia, con un sistema que no solo se dedica al humor al recibir al Pato Donald como postulante, sino que también promueve el teatro, con la pantomima de un “concurso” sin puntaje.


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Ante la violencia, primero "la joda".

 

La contraescuela necesaria

A pesar de lo expuesto, mi crítica no surge de un lamento conservador al estilo Cambalache. No pienso que todo esté perdido ni creo ser pesimista por advertir las cosas que no hay que seguir metiendo bajo la alfombra. Pienso que todavía se puede hacer algo para revertir la tendencia a naturalizar como “joda” cualquier hecho de agresión, burla y corrupción. A pesar de la censura y autocensura en muchos medios, la era de las comunicaciones ofrece importantes posibilidades para el poder ciudadano, que no debe esperar que las cosas cambien si seguimos festejando las “cargadas” en cualquier situación o nivel.

Solo con decir, ya estamos haciendo algo. Con no aceptar como natural aquello que aprendimos a incorporar como “gracioso” o con dejar de creer que nuestro mayor valor es la “viveza criolla”, que tanto daño nos ha hecho y que cada vez nos lleva más a la muerte que a la vida. Se puede empezar con poco: con manifestar nuestro rechazo a las arbitrariedades y sumar voluntades para canalizar nuestras necesidades. Con expresar las quejas en las redes sociales pero también llevarlas a los ámbitos institucionales que pueden dar soluciones. Porque aunque en muchos casos la respuesta sea una joda más, en otros la queja sí tiene resultado y siempre es más contundente cuando el reclamo es colectivo. Así se dieron históricamente los grandes cambios y los ejemplos son innumerables, aún en la Argentina del vale todo.

“¿Será esta libertad, la libertad de elegir entre esas desdichas amenazadas, nuestra única libertad posible? El mundo al revés nos enseña a padecer la realidad en lugar de cambiarla, a olvidar el pasado en lugar de escucharlo y a aceptar el futuro en lugar de imaginarlo: así practica el crimen, y así lo recomienda. En su escuela, escuela del crimen, son obligatorias las clases de impotencia, amnesia y resignación. Pero está visto que no hay desgracia sin gracia, ni cara que no tenga su contracara, ni desaliento que no busque su aliento. Ni tampoco hay escuela que no encuentre su contraescuela” decía el multicitado Galeano, aquel que proponía la utopía aunque sea solo para caminar.

Espero que su pensamiento no solo sirva para las citas sino también para empezar a creer en que es posible una contraescuela, que nos haga desaprender la costumbre ante la violencia y nos deseduque de la mansedumbre ante el atropello. Que lo trágico nos cause llanto y que el humor y el teatro abandonen los ámbitos a los que nunca debieron entrar. Que San Juan sea motivo de risa por el éxito de sus artistas y no por la decadencia de sus Poderes. Que Argentina brille por el talento y el trabajo de su gente y no por el más patético show de adicción a la violencia.

El cambio es necesario y no tanto por la mirada ajena, sino especialmente por la propia: por la de los argentinos adultos, que tenemos la responsabilidad en el presente, pero también por la de los chicos a los que, conciente o inconcientemente, introducimos en la escuela de la joda, la violencia como deporte y la mentira en todo nivel.
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