Martina Chapanay, la sanjuanina montonera

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Martina Chapanay fue una guerrillera que actuó en las guerras civiles argentinas del siglo XIX. Sus hazañas logradas despiertan pasiones, siendo reconocida por muchos  en la región como la saqueadora rebelde y bandolera de las causas justas. A Martina la posiciona la historia como  una mujer de mito y viñeta que la posicionan como uno de los personajes más sobresalientes del país.



La historia de la sanjuanina Martina Chapanay es una sumatoria enmarañada de realidad y leyenda. La historia la llama “la gaucho hembra”, porque cuando las mujeres no tenían derecho a nada ella rompió los estereotipos, aunque sus vivencias fueran consideradas cosa de hombres. Martina, también conocida como la leyenda del desierto, fue ladrona de caminos, bandolera, Robín Hood con cara de mujer, cuchillera sin sosiego y heroína de la Patria.

Martina nació cerca de 1800, aunque no se sabe si en las entonces Lagunas de Guanache o en el Valle de Zonda, de la provincia de San Juan. Era hija del Juan Chapanay, las crónicas afirman que era un Toba, y de una mujer blanca, Teodora González. El mestizaje produjo que ninguna regla fuera tan rígida para Martina. Provenientes de una tribu caracterizada por su pacifismo, exacerbado por la evangelización de los misioneros, alfareros y artesanos en su origen; habían aprendido a adaptarse a la vida pastoril.

Cuando era niña su madre murió y su padre, muy acongojado, la entregó a una mujer en Ullum que la educaría a cambio de trabajar en su casa. Así, Martina tuvo la libertad de ser criada en los oficios femeninos, pero también en los quehaceres masculinos de la tribu: era una experta jinete, montaba en pelo como ninguno, participaba de las cacerías, oficiaba de chasqui por su desarrollado sentido de la orientación.

En el pueblo de Ullum, Martina conoció a Cruz Cuero, un bandolero de muy mala fama, de quien según el relato romántico se enamoró y huyó con él. Fue entonces cuando aprendió a manejar el cuchillo, a montar y a danzar lazos y boleadoras con la maña que envidiaría un experto.

La adolescente con bombacha de gaucho dejaba atrás pormenores de orfandad y entraba a la historia grande como guerrillera de caballería bajo las huestes de Facundo Quiroga. Después del crimen de Barranca Yaco, se unió a la resistencia de Pie de Palo y tomó los caminos.

Lamentablemente no se conoce ningún retrato o ilustración de Martina, pero se tiene la descripción que el historiador Marcos Estrada hace de ella: “De estatura mediana, ni gruesa ni delgada, fuerte, ágil, lozana, mostraba un raro atractivo en su mocedad. Parecía más alta de su talla: su naturaleza, fuerte y erguida, lucía además un cuello modelado. Caminaba con pasos cortos, airosos y seguros.  Sus facciones, aunque no eran perfectas, mostraban rasgos sobresalientes; su rostro delgado, de tez oscura delicada, boca amplia, de labios gruesos y grandes, nariz mediana, recta, ligeramente aguileña, algo ancha –mayormente en las alas-, pómulos visibles, ojos relativamente grandes, algo oblicuados, garzos, hundidos y brillantes, de mucha expresión, que miraban con firmeza entre espesas pestañas, cejas pobladas, armoniosas, y cabello negro, lacio, atusado a la altura de los hombros.  Su fisonomía era melancólica; podía transformarse en afable, por una sonrisa, dejando visibles dos filas de dientes muy blancos.  A pesar de que su continente era enérgico, había en él un sello de delicada feminidad.  Su carácter, algunas veces alegre, era no obstante taciturno, magnánimo, solía transformarse en irascible, y hasta violento, ante el menor desconocimiento a su persona.  El timbre de su voz era más bien grave, que lo hacía esencialmente expresivo.  Animosa y resuelta, no le fatigaban los grandes viajes ni el trabajo incesante; aguantaba insensible el frío y el calor, y resistía sin lamentaciones el sufrimiento físico”.

A mediados de siglo XIX ya era famosa en la región como la saqueadora rebelde, la bandolera de las causas justas. Para muchos era mujer y bandida, marginal por partida doble. Esta marginalidad luego se repetiría por los siglos cuando llaman “Martina Chapanay” a la nena que se sube a los árboles y se aburre jugando a las muñecas.

En una historiografía oficial aparece como una mujer de mito y viñeta que la posicionan como uno de los personajes más sobresalientes del país. Pero quizás el mejor de los relatos sobre Martina es el que cuenta que fue ella quien vengó la muerte del Chacho Peñaloza cuando se encontró con Irrazábal, el asesino del Chacho, y lo retó a duelo.

Pero una vez concluida la montonera con la muerte del caudillo, tuvo la previsión de fijar su domicilio en el Valle Fértil, y se ocupaba en dar aviso a las autoridades de todas las intentonas que meditaban los montoneros que habían quedado por entonces dispersos en pequeños grupos asolando las poblaciones de la campaña de la provincia de San Juan.

Su muerte también es leyenda, la disputa para terminar con la vida de esta mujer la estelarizan entre la picadura de una serpiente o los dientes de un puma. Pero lo cierto es que murió en Mogna, absuelta de sus pecados por el cura párroco de Jáchal, que también se ocupó de su entierro.  Su tumba ha sido observada por el historiador Marcos Estrada en el cementerio viejo de Mogna: “Una cruz de madera, hincada en el suelo, señala el lugar consagrado en donde descansan los restos de una mujer argentina que sobrevivió la tragedia de su época y supo salvarse del naufragio, resucitando a la inmortalidad”.

En su tumba solo hay una laja blanca sin nombre. Para muchos historiadores no hubo necesidad de escribir nada, pues en ese entonces todos sabían que ella está ahí abajo. Hasta allí suelen ir  devotos en fechas patrias y en las otras a pedir por las causas justas.

Fuente: www.revisionistas.com.ar
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