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Carmen y Sofía Nievas Romano, cirujana cardiovascular y cardióloga, comparten no solo un apellido sino una vida entera dedicada a salvar vidas. En el Día del Médico, revelan cómo crecieron, estudian y hoy ejercen juntas.
San Juan
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La historia de las hermanas Nievas parece escrita por la vocación misma. Carmen y Sofía nacieron con solo un año de diferencia y crecieron compartiendo todo: juegos, cuadernos, desafíos y, sobre todo, un sueño común. Juntas ingresaron a la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Córdoba y se recibieron de médicas en 2004, con apenas cuatro días de diferencia. Hoy, no solo comparten un apellido, sino una misma pasión que ha tejido su vida personal y profesional de forma inseparable.
“Poder hablar con una hermana que entiende las alegrías, las responsabilidades y las emociones de esta profesión es un privilegio enorme”, confiesan. Ese privilegio se traduce en un compañerismo único en la práctica clínica. Sus especialidades —cardiología y cirugía cardiovascular— se integran de forma natural, permitiéndoles trabajar en conjunto en procedimientos de alta precisión. “La confianza es total: sabemos cómo piensa la otra, qué prioriza y cómo tomar decisiones juntas con seguridad”, explican sobre esa sintonía que va más allá de lo profesional.
En una profesión con días maravillosos y otros emocionalmente pesados, ese vínculo se convierte en un ancla. “Poder llegar a casa y hablar con alguien que vivió guardias, urgencias y diagnósticos igual que una, pero que además es tu hermana, es una contención invaluable. No hace falta explicar demasiado: un gesto, una mirada o un ‘¿cómo estás?’ basta para sentir acompañamiento real”, describen con una naturalidad que solo nace de años de complicidad.
Cada una tiene su propio “momento cumbre” que define su identidad profesional. Para Sofía, cardióloga, un hito fue obtener la beca de la Universidad Johns Hopkins en liderazgo para el control de tabaco en las Américas, otorgada por la Fundación Interamericana del Corazón. “Esa experiencia consolidó su vocación en prevención cardiovascular y definió su misión”, señala. Para Carmen, cirujana cardiovascular, los momentos más emotivos vinieron de su formación en el prestigioso InCor de la Universidad de São Paulo y del desarrollo de técnicas innovadoras. “Ver pacientes que recuperaron la movilidad y lograron evitar amputaciones es algo que marca el alma”, comparte.
El orgullo mutuo es una constante. “Nos sentimos orgullosas constantemente de los logros de la otra”, afirman, destacando que nunca hubo competencia, sino potenciación. De esa convivencia profesional, cada una ha tomado algo esencial de la otra: Carmen incorporó de Sofía la paciencia clínica y la escucha minuciosa, mientras que Sofía aprendió de Carmen la toma de decisiones firmes y la creatividad técnica. “Nos complementamos”, resumen.
Mirando el presente y el futuro, las hermanas coinciden en que la revolución tecnológica ha transformado por completo sus especialidades, orientándolas hacia lo más preciso, menos invasivo y personalizado. Su mensaje para las nuevas generaciones de médicos es claro: “Que no pierdan la pasión. Que busquen buenos mentores, cuiden su salud emocional y aprendan tanto de los libros como de las personas”. Y agregan, con la autoridad que da su experiencia compartida: “Caminar este camino con un hermano o una hermana, si la vida lo permite, lo hace aún más significativo”.
Fuera del consultorio, el vínculo se fortalece en lo simple: momentos con sus hijos, caminatas, bicicleteadas o simplemente compartir un espacio en familia. “A veces juntas, a veces cada una en su mundo. Pero siempre con la sensación de estar acompañadas”, concluyen.
En un mundo donde la medicina puede ser un camino de gran exigencia, la historia de Carmen y Sofía Nievas Romano es un recordatorio conmovedor de que, a veces, el mejor soporte profesional nace del mismo corazón familiar.

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