Lo atamos con alambre
DestacadosPOR GRACIELA MARCET.-
Hace casi dos años, San Juan debía reponerse de una de las peores catástrofes naturales tras el temporal que dejó a miles de personas evacuadas, destruyó rutas y dejó pueblos completamente aislados. La gravedad del cuadro en aquella oportunidad movilizó a toda la población y condujo a la dirigencia a realizar los anuncios esperados para el caso. Promesas de obras de todo tipo y el compromiso de instrumentar en algún momento un protocolo para la coordinación de acciones ante la emergencia. Aunque para algunas áreas la respuesta llegó rápidamente, las intervenciones quedaron reducidas a resolver la contingencia y las grandes obras que traerían la solución definitiva no fueron más allá de la promesa.
En 2015, el año en el que a San Juan solamente le faltaron las siete plagas para coronar la cadena de fenómenos naturales y desastres ambientales, el broche de oro llegó con una media hora de lluvia fatal. En un abrir y cerrar de ojos, las intensas precipitaciones inundaron las calles, produjeron prolongados cortes de luz, obligaron a suspender las clases e hicieron estragos hasta en los edificios públicos y privados que se erigían como el símbolo den San Juan próspero y pujante. Y mientras la gente volvía a enfrentar los daños generados por la lluvia, los funcionarios salieron tardíamente a exponer la versión 2015 de explicaciones y promesas.
“Fue un fenómeno muy especial” dijo el intendente de la Capital, Marcelo Lima, cuando le preguntaron sobre los motivos del alto impacto que tuvieron las lluvias y el granizo en la infraestructura de la ciudad. El mismo calificativo utilizó para describir el sistema de desagüe que mantiene la ciudad desde hace 70 años, planificado para una ciudad con un nivel significativamente inferior de construcciones y calles asfaltadas, en un territorio que aún tenía una gran cantidad de hectáreas cultivadas en las zonas cercanas al centro. Y cuando tuvo que explicar qué había hecho para solucionar el tema durante los ocho años de su intendencia, el funcionario respondió que actualmente están trabajando “en una planificación adecuada para establecer algunos remedios”.
“Una ciudad es un proyecto inacabado porque todos los días van apareciendo cosas para resolver” sostuvo el intendente, que inmediatamente empezó a defender su gestión, cuyo máximo mérito parece ser haber dejado “ordenadas” las finanzas del municipio. No importa entonces si no se hicieron las obras necesarias para evitar quedar bajo el agua por media hora de lluvia. No importa si la Provincia tardó una década entera para “empezar a pensar en algún remedio” y de nada pareció servir el desastre que dejó el temporal de 2014. Si total el proyecto de ciudad siempre quedará en el estado de proyecto. Porque siempre surgirá “algo nuevo” para resolver, sobre todo si ese algo es más visible a los ojos del electorado.
Al parecer, una reforma general en el sistema de desagües puede esperar, como tampoco hay apuro para que Planeamiento revise la calidad de las construcciones en una provincia expuesta a sismos, viento Zonda y ahora inundaciones. Y mientras la gente pone en peligro sus casas, su tiempo, su trabajo y su vida, el Gobierno decide sumar la última gota para rebalsar un vaso lleno de incoherencias, eliminando la obligación de aprobar la Declaración de Impacto Ambiental para las obras construidas por el Estado. ¿Será ese uno de los remedios pensados para controlar el crecimiento desregulado? Propongo entonces cerrar las oficinas dedicadas a diseñar planes para el desarrollo urbano y por qué no también las facultades e institutos de investigación que pierden tiempo estudiando cómo lograr un crecimiento equilibrado. Después siempre le podemos echar la culpa a la particularidad de los “fenómenos especiales” que se las ingenian para destrozar en minutos la fortaleza inquebrantable del Gran San Juan.
Lo que sí parece estar cerrado y por voluntad propia es la Dirección de Defensa Civil, cuyas autoridades solo aparecen para dar respuestas increíbles mientras la gente se encuentra con el agua al cuello. “Hay que ser solidarios entre todos” dijo el director de la repartición, Luis Morales, quien asomó la cabeza para aclarar la diferencia entre catástrofe y emergencia y tirar un par de ideas para la prevención. Ya nos quedamos más tranquilos: no murieron miles de personas ni estamos como los bonaerenses en agosto. Que nos pasen los consejos por mail cuando tengan tiempo y sabremos entender que no hay ningún drama si se vuelve a caer el techo de un shopping, se inunda el Centro Cívico, las calles quedan totalmente anegadas, las escuelas quedan inhabilitadas y los directivos manejan a su criterio la suspensión de actividades, se producen graves daños en viviendas precarias, hay familias evacuadas en Jáchal, Valle Fértil se queda sin luz y los comerciantes sufren el daño de sus locales y mercadería.
Según el SMN, las lluvias continuarían hasta el jueves.
“Qué hubiera pasado si el Gobierno no erradicaba las villas” es uno de los pensamientos que muchos tenemos cuando la naturaleza embiste con fuerza. Esa sí es una de las grandes obras que hay que destacar si se tiene en cuenta que hoy miles de familias tienen condiciones de vida totalmente distintas y pueden sobrellevar de otra manera estos fenómenos. Agradecemos enormemente ese avance. Pero también es necesario decir que el futuro no es el más auspicioso si las ciudades siguen creciendo sin planificación y sin un protocolo de actuación ante la emergencia. Y no solo lo decimos los periodistas para quejarnos por amor al arte. Lo afirman los numerosos equipos de investigación de las universidades, que desde hace años advierten sobre las consecuencias de un crecimiento desordenado y librado a las necesidades económicas, políticas y sociales de la coyuntura.
En algo tiene razón Morales. Habrá que aprender a ser solidarios y empezar a entender que arrojar la basura en cualquier lugar después trae consecuencias. Que dejar el agua corriendo no es un simple descuido y que hay que estar preparado para cualquier contingencia. Pero hay cosas que realmente escapan a las posibilidades del ciudadano común y el tiempo nos demostró que no podemos seguir esperando por las obras que necesitamos desde hace setenta años. No podemos seguir construyendo ciudades con alambre y no nos sirven las soluciones a cuentagotas mientras el agua entra a raudales. Ya no nos conformamos con vivir indefinida e imaginariamente en un futuro en el que “lo mejor está por venir” si el presente está tan inacabado. Ojalá dejemos de acumular aprendizajes mientras el costo de la lección lo pagan los más débiles. Es hoy cuando nos merecemos “lo mejor” o al menos lo indispensable para poder vivir con dignidad en pleno siglo XXI.
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